Una Carta Desde La Toscana (Desde Donde Obtenemos Nuestra Lana Usada)
Mădălina Preda / / 8 min de lectura / Nuestra huella
Se fue a Italia para ver cómo se hace la lana reciclada y descubrir que todo tiene un impacto, incluso el reciclaje.
Silvia Micheloni corta las tiras de plástico que le dan forma a un fardo de ropa de lana usada que ya ha sido clasificada por color. Hoy trabaja en los verdes. Cuando corta la última amarra, un montón de tela verde oscuro de diferentes formas y tamaños se desparrama por el suelo de la fábrica. Su hijo Gabriele las rocía con agua para sacarles la estática, luego levanta el montón con una grúa horquilla y lo deposita en una cinta transportadora, donde una guillotina corta todo en pedazos más y más pequeños hasta que alcanzan el tamaño de un pañuelo. El pesado olor de la grasa o el petróleo que se necesita para hacer funcionar y mantener toda la maquinaria abruma mis sentidos.
Estoy en la mitad de Prato, una región en el norte de la Toscana, Italia, para aprender cómo se hace la lana reciclada. Nuestro socio, la familia Calamai, trabaja con las dependencias para trituración de Lanificio Becagli, y otras más, para convertir prendas de lana usada en el Woolyester Fleece de Patagonia, que se obtiene al hilar hebras de lana reciclada posconsumo con un micro-poliéster súper ligero. Posconsumo es la jerga que se utiliza para cualquier producto terminado que ha sido usado y luego desviado de su camino al vertedero, al final de su vida útil, para crear otro producto. Piensa en cualquier prenda de vestir que has tirado en un contenedor de ropa para reciclar.
Aquí hay dos juegos de máquinas trituradoras y el ruido que hacen mientras cortan chalecos viejos hace casi imposible la conversación, aún a 30 cm. de distancia. Esto no desalienta a Andrea, un fumador empedernido además de mi guía y experto en lana. Está decidido a explicar cada parte del proceso que implica reciclar lana. “¡UN INVENTO FRANCÉS REVOLUCIONARIO!”, grita, apuntando a la guillotina. Andrea explica cómo las prendas clasificadas se llevan a una cinta transportadora, primero a través de una serie de cuchillas o guillotinas y luego a través de dos cilindros, uno que las sujeta y otro que las tira, para picar la tela aún más fina.
Al otro lado de las paredes de la fábrica, tranquilas colinas con terrazas rodean uno de los mayores distritos industriales en Europa. El distrito se compone de una red de negocios, fábricas, molinos y centros de despacho donde todos tienen un papel en la fabricación y venta de telas recicladas. Tras estas colinas, miles de otros manufactureros en el mundo conforman la cadena de suministro, un término usado para describir todo, desde los cultivos de donde se sacan los hilos y el tejido de las telas para la fabricación de prendas, hasta el despacho de la ropa terminada a las bodegas, tiendas y el hogar de los consumidores. Es decir, todo aquello con lo que la basura se convierte en productos reciclados. Es un proceso industrial global que arrastra su propia huella de carbono, algo que yo no había comprendido del todo hasta que vi con mis propios ojos cómo se hacen las telas recicladas.
“Industrial” es un término que se escucha habitualmente en el contexto de cultivar alimentos o criar animales por su carne, pero no tanto respecto del negocio del vestuario. Sin embargo, hacer y vender ropa es sumamente industrial. Con todo, el proceso pone cerca de 1.2 billones de toneladas de gases de efecto invernadero en el aire que respiramos cada año, contribuyendo a la crisis climática. De acuerdo al reporte 2017 de la Fundación Ellen MacArthur, la industria del vestuario es responsable de tantas emisiones de carbono como las que generan los despachos aéreos y marítimos internacionales. ¿Por qué? Porque la mayor parte de la ropa se hace en China, India y Bangladesh, en fábricas que dependen fuertemente de la energía de los combustibles fósiles, específicamente de centrales termoeléctricas a carbón.
Todos los materiales vírgenes, naturales o sintéticos, tienen algún tipo de impacto en las personas y el planeta. La lana virgen usa energía, agua y químicos que convierten el vellón de las ovejas en tela. El nylon es un plástico derivado del petróleo, lo que significa que hacer tela a partir del nylon virgen depende de extraer combustibles fósiles de la tierra. El poliéster, que hoy en día se usa en el 60 porciento de las prendas del mundo, también es un derivado del petróleo. Hacer ropa con materiales reciclados es la forma de Patagonia para reducir ese impacto.
“Hemos recorrido un camino largo en las últimas dos décadas y, esta temporada, el 69 porciento de los productos Patagonia (por peso) están hechos con materiales reciclados.”
Patagonia partió haciendo ropa con materiales reciclados en 1996 al derretir botellas plásticas usadas y convertirlas en poliéster reciclado para nuestros polar Synchilla®. Entonces, no podíamos quitarle el color a las botellas de Sprite que usábamos, y todo el poliéster reciclado salía del mismo color verde claro. Hemos recorrido un camino largo en las últimas dos décadas y, esta temporada, el 69 porciento de los productos Patagonia (por peso) están hechos con materiales reciclados. Lana reciclada, pluma reciclada, algodón reciclado, poliéster reciclado, nylon reciclado y cachemira reciclada.
Usar telas y materiales reciclados ayuda a promover nuevos flujos de reciclaje para el vestuario que ya no puede ser utilizado y reduce la huella de carbono de un producto asociado a la extracción de materias primas. Al usar materiales reciclados durante un año, Patagonia ahorró 20.000 toneladas de CO2e en comparación al uso de materiales vírgenes, o suficiente para cubrir el consumo de energía anual de cerca de 2400 hogares en los Estados Unidos, todo esto según la calculadora de emisiones de EPA. Sin embargo, aún hay mucho que mejorar. La tasa de reciclaje total a lo largo de la industria del vestuario es un miserable 15 porciento. Ese número es aún más bajo si miras cuánto del material utilizado para producir ropa se recicla en la forma de nuevas prendas. Eso es menos del uno porciento.
La familia Calamai ha estado recolectando prendas de lana usada desde 1878, más de un siglo antes de que la palabra “sustentable” se hiciera popular.
“Mi bisabuelo construyó nuestra primera fábrica de lana cerca de la estación de tren y viajó en su vagón a los países ricos de Europa en busca de retazos de lana de buena calidad”, dice Bernardo Calamai quien hoy dirige el negocio familiar. Tras la Primera Guerra Mundial, me cuenta Bernardo, mucha de la lana que recolectaban venía de los Estados Unidos. “Recibíamos retazos de todo el mundo, pero los de mejor calidad venían de California, que era muy rico en ese entonces”, dice Bernardo.
En ese entonces, los cenciaiolos, que eran los trabajadores que seleccionaban a mano los retazos y los clasificaban por tipo de material y color, encontraban todo tipo de objetos dentro de las prendas que venían de los Estados Unidos, incluso algunos tesoros escondidos. Una vez, un cenciaiolo encontró seis millones de liras italianas dentro de una manga. “Ahora, todo lo que encuentran es algo de sencillo”, dice Bernardo riendo.
En estos días, la familia Calamai recolecta ropa de lana usada o rechazada de todas partes del mundo, principalmente de la India, los Estados Unidos e Italia. A medida que la ropa recorre el camino que la lleva desde los desechos a su segunda vida, pasa por una red de negocios altamente especializados que seleccionan, trituran, hilan, tejen y terminan la tela definitiva, que luego se convierte en vestuario que una vez más es despachado al rededor del mundo.
Es un proceso notable y complejo. Más allá de la lana, vi cómo retazos de cachemira del suelo de la fábrica se convierten en hilos de cachemira reciclada en otras fábricas en Prato, y cómo alfombras usadas y redes de pesca recuperadas se descomponen para convertirse en nylon reciclado en Eslovenia.
Mientras tomo notas y aprendo de los expertos, sigo volviendo a esta cita del filósofo John Heil: “Tomo como punto de partida la siguiente afirmación: ver algo es adquirir (tal vez de una cierta manera) una convicción”. Antes de Prato, mi convicción sobre el proceso del reciclaje estaba basado en un pensamiento mágico. Pensaba en esas torres de ropa que terminan en un vertedero o en los interminables mostradores con poleras de tallas muy grandes que nadie quiere en las tiendas de Goodwill o en los ríos púrpura que corren cerca de los talleres de teñido. Quisiera que el reciclaje tomara todo eso y le encontrara una nueva vida. Tomó un italiano fumador y técnico en lana, y una semana visitando docenas de fábricas, para hacerme ver que todo tiene un impacto, incluso la lana reciclada.
Lo que el reciclaje logra es desplazar a la extracción de materias primas, una necesidad vital en un momento en el que estamos usando los recursos de la tierra más rápido que nunca antes. Pero si no reducimos la producción de materias primas, el reciclaje simplemente posterga lo inevitable. Después de todo, el mismo material no tendrá muchas más oportunidades de una nueva vida y, eventualmente, será desechado y enviado a un vertedero o un incinerador.
“Uno de los grandes mitos del reciclaje es la razón para reciclar”, dice Roland Geyer, profesor de ecología industrial en la Universidad de California en Santa Barbara. “Desde el punto de vista ambiental, el único rol que tiene el reciclaje es desplazar la producción de materias primas, por lo que en definitiva, se trata de cuánto consumimos. Reducir el consumo más reciclar sería lo realmente beneficioso”, dice. Geyer cree que comprar un producto con contenido reciclado aún tiene un impacto ambiental, aunque ese impacto es típicamente más bajo que aquel del mismo producto hecho con materiales vírgenes. “Pero eso no lo hace verde”, dice. “Lo hace, tal vez, menos café”.
Aprende más sobre los materiales reciclados que usa Patagonia para hacer ropa y por qué necesitamos que más marcas en la industria del vestuario disminuyan su uso de materiales vírgenes.
Perfil de autor
Mădălina Preda
Madalina Preda es una activista y editora en jefe de medio ambiente en Patagonia.
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