Pintando la pradera

Emilie Lee / / 7 min de lectura / Cultura

Una pintora de paisajes entrega su arte de forma voluntaria para ayudar a proteger los hábitats salvajes de las Grandes Planices del Norte, en Montana.

Mis héroes artísticos siempre han sido los paisajistas del cambio de siglo: Frederic Church, Sanford Gifford, Thomas Moran, por nombrar algunos. Ellos fueron rudos amantes del aire libre, que exploraron lugares como el Gran Cañón, Yellowstone y Yosemite en algunas de las primeras expediciones europeas a estos destinos. Se adentraban en las montañas con equipo para camping realmente primitivo y pesados implementos de madera para su trabajo, pero regresaban con obras impresionantes que cambiaron el curso de la historia americana.

En la época que los precedió, la pintura de paisajes no era considerada en serio como una forma de arte. Era un mero aspecto decorativo en el fondo de una escena mucho más importante. Estos artistas declararon que la naturaleza en sí misma era digna de ser protagonista, y su trabajo fue tan popular que se convirtió en un movimiento artístico conocido como la Escuela de Hudson River, el primero que se originó en suelo Americano. Sus pinturas le mostraron a los estadounidenses el valor de la naturaleza prístina y ayudó a marcar el comienzo del primer movimiento de conservación en Estados Unidos, al inspirar a los legisladores a crear el sistema de parques nacionales.

“Se adentraban en las montañas con equipo para camping realmente primitivo y pesados implementos de madera para su trabajo, pero regresaban con obras impresionantes que cambiaron el curso de la historia americana.”

Cuando veo estas pinturas históricas en los museos, no fallan en dejarme si aliento. Se que muchas de ellas son audaces exageraciones de lugares reales, pero logran despertar las profundas emociones que siento cuando estoy sola en un ambiente salvaje, abrumada por mi insignificancia frente al infinito poder y la hermosura de la naturaleza. Siendo una artista también, he pasado mi vida intentando pintar cuadros que honren este sentimiento de admiración y respecto por la naturaleza.

Emilie Lee trabaja en una pintura de la American Prairie Reserve. Northern Great Plains, Montana. Foto: Eugénie Frerichs

Cuando estaba en mis veintitantos, pintaba escenas de mi vida como escaladora, pero mi fascinación con el arte del Siglo XIX me llevó hacia Nueva York, donde estudié con un grupo de artistas que estaban revisitando los métodos de la Escuela de Hudson River. En ese momento, el mejor documento que teníamos para guiar nuestra búsqueda era una serie de obscuras cartas de 1855, de impresión descontinuada, escritas por Asher Durand, en las que urge a sus pupilos a estudiar directamente de la naturaleza y a “aceptar escrupulosamente lo que fuere que ella le presentara, hasta que él, en cierto grado, encuentre la intimidad con su infinito…”. Las cartas continúan, con gran detalle, abordando temas desde teoría del color y perspectiva atmosférica, hasta lo beneficios espirituales del tiempo dedicado a estar en la naturaleza. Yo tenía una copia pirata en CD, que escuchaba repetidamente mientras aprendía a pintar.

En tanto mis habilidades y confianza crecían, también lo hacían mis sueños sobre cómo podría aplicar mi propio arte a la batalla por la conservación de la naturaleza salvaje del presente. Me imaginaba navegando el Ártico pintando la desaparición de las masas de hielo, pero el destino me hizo encontrar una historia menos conocida y más edificante mucho más cerca de casa.

“En tanto mis habilidades y confianza crecían, también lo hacían mis sueños sobre cómo podría aplicar mi propio arte a la batalla por la conservación de la naturaleza salvaje del presente.”

En las Grandes Planicies del norte de Montana, una organización privada está trabajando para proteger 1.416.000 millones de hectáreas de terreno salvaje, un área más grande que cualquier otra zona protegida en los 48 estados contiguos. Se la conoce como la American Prairie Reserve (APR) y desde 2003 han estado comprando tierras privadas cada vez que algo llega al mercado, arrendando parcelas públicas adyacentes y construyendo un entramado de propiedades protegidas que en la actualidad enteran cerca de 162.000 hectáreas. Su meta es conectar las piezas de este puzle hasta que haya una sola línea de pradera salvaje ininterrumpida.

Su historia me golpeó como una visión monumental, con una tasa de éxito impresionante que la convierte en un inspirador ejemplo para nuestra generación, en una era en la que hay tantas noticias desgarradoras sobre el destino de nuestras áreas salvajes. Decidí ir con mis pinturas y ver qué podía aprender y compartir. Así como los pintores de la Escuela de Hudson River abrieron los ojos de sus espectadores al valor de preservar la naturaleza americana, yo esperaba sacar a la luz el potencial que tiene la naturaleza para restablecerse cuando las condiciones están dadas.

Primer Ocaso en la Pradera, 8″ x 6″, óleo sobre lino. Artista: Emilie Lee

Ubicada al norte del río Missouri y al sur del área de Saskatchewan, esta no es la exuberante pradera de pastizales de las novelas de Willa Cather. Son 8 mil kilómetros cuadrados de artemisa, tuna y arcilla resquebrajada. Es una zona de extremos, con calor abrazador en los veranos y fríos que calan en los huesos durante el invierno, un barro difícil de vencer cuando llueve e incesantes ráfagas de viento seco durante todo el año. Aún siendo tan poco hospitalaria, generaciones de tenaces rancheros se las han arreglado para vivir y trabajar aquí, y el 90% de la capa superior del suelo (unida por estructuras radiculares de 4,5 metros de profundidad) nunca ha sido arada, convirtiéndola en una de las cuatro praderas de este tamaño que quedan en el mundo.

La población animal fue severamente reducida hace generaciones, pero con las nuevas prácticas de ganadería amigables con la vida silvestre y la preservación de flora nativa, todos los ingredientes están dispuestos para el retorno de un ecosistema sano. Con excepción del zorro cometa, lobos y osos grizzly, toda las especies que alguna vez vivieron aquí aún se pueden encontrar y solo necesitan tiempo y espacio para reproducirse. En 2005, la APR re-introdujo 16 bisontes nativos y hoy existe una manada con cerca de 1.000 ejemplares en la zona, lo que recuerda los primeros relatos de Lewis y Clark, quienes visitaron el área y describieron una escena rebosante de bisontes hasta donde alcanzaba la vista.

Agujero de Perro de la Pradera, 8″ x 8″, óleo sobre tabla. Artista: Emilie Lee

Como parte de mi investigación, pasé semanas siguiendo a un grupo de voluntarios de Aventureros y Científicos por la Conservación. Recorrimos horas durante la noche para contar gallos de salvia en cortejo bailando al alba, mapear la ubicación de los perros de las praderas y revisar cámaras trampa en senderos de cazadores, todo en un esfuerzo de recolectar datos de las poblaciones de vida salvaje. En mis primeros tres días, recorrí 38 kilómetros e hice cien preguntas sobre todo lo que vi.

Recogiendo una pista de las cartas de 1.855 de Asher Durand, quería que mis pinturas estuvieran informadas por más que las primeras impresiones de un forastero frente a un hermoso escenario. Cuando aprendí del delicado ciclo de vida de las primorosas y la resistencia feroz de los arbustos, puse más atención en estas plantas y se convirtieron en personajes poéticos de mis pinturas. El paisaje que al principio se veía tan vacío y monótono, pronto se reveló como un mundo rico en historias. De vez en cuando nos topamos con las dilapidadas ruinas de cabañas devoradas por el césped, un conmovedor recordatorio de que no fue hace tanto que el último bisonte fue aniquilado, los pueblos originarios confinados a reservas y la tierra fue regalada a colonos idealistas, muchos de los cuales no sobrevivieron a su primer invierno aquí.

Primorosa de la Pradera #1, 8″ x 6″, óleo sobre lino. Artista: Emilie Lee

He visitado la American Prairie Reserve tres veces y pintado más de 50 cuadros. He presenciado bisontes tronando a través de los llanos, escuchado el aullido del alce fuera de mi carpa, me ha despertado el viento furioso por las noches y he despertado con las dulces canciones del mirlo en la mañana. Me he sentado a la mesa con científicos, activistas, periodistas, donantes, voluntarios, artistas y nativos de Montana, que me han inspirado con su pasión y compromiso. Mis pinturas capturan la particular belleza de este paisaje áspero, pero para mí también resguardan momentos de dicha, que me transportan al momento en que las hice, revelando esa sensación de sentirme tan pequeña y solitaria en la presencia de tan vasto y salvaje lugar.

Cada vez que visité la pradera, había nuevos logros que celebrar. Cuando esté completa, la American Prairie Reserve será la mayor área protegida en los Estados Unidos continentales y el hogar de todos los animales endémicos que alguna vez pastaron las Grandes Planicies. Esto entregará a los visitantes la oportunidad, sin parangón, de vivenciar la historia y la herencia de este territorio en toda su salvaje y hostil belleza.

Photo: Eugénie Frerichs

Perfil de autor

Emilie Lee

Emilie Lee is a classically trained landscape painter with a love for adventure and a special interest in conservation. She can usually be found painting outside with her dog Honeycrisp.