Con la Magia del Polvo: El Grupo de Defensa de los Senderos de Sierra Buttes

Sakeus Bankson / / 23 min de lectura / Mountain Biking, Activismo

Downieville, en California, una vez fue uno de los pueblos más ricos del estado, pero hacia la mitad de la década de 1990 empezó a irse a pique. Eso hasta que un puñado de mountainbikers locales comenzó a usar los senderos aledaños para darle una nueva vida al lugar, convirtiendo al otrora pueblo fantasma en una meca de la recreación.

Greg Williams parece minero. O leñador. Pero no del tipo que te imaginas en una retro o un camión maderero; con su barba negra hasta el pecho y una afinidad por las palas, las picotas, las hachas pulaski y todo tipo de herramientas que sirvan para mover tierra, se vería tan natural en una foto en sepia de 1850 como se ve en la carpa promocional de las bicicletas Santa Cruz durante una carrera (más aún, considerando que sus amigos visten enteritos de neón decorados con gatitos espaciales que vomitan rayos laser).

Dejando a los felinos a un lado, este lugar en sí mismo alimenta una visión histórica. A pesar de las hordas de experimentados ciclistas, música estridente y multitudes haciendo locuras, es fácil imaginarse a los mineros saliendo a trastabillones del bar para seguir su camino por las angostas calles de Downieville, en California. Y hay una buena razón para eso. Este pequeño pueblito en las montañas fue alguna vez el epicentro de la mayor fiebre del oro que ha visto el mundo y, cien años después, fue parte del más lucrativo boom maderero del estado.

Williams no es minero, pero por más de dos décadas ha intentado traer otro tipo de “boom” a Downieville y la región de Lost Sierra que lo rodea: el mountainbike. En 1995, él y un pequeño grupo de ciclistas locales decidieron hacer una carrera en Downieville. 25 años después, este antiguo pueblo minero es hoy uno de los principales destinos para el deporte y hogar de uno de sus eventos más estrepitosos, que atrae a ciclistas, como los amigos con decoraciones felinas de Williams, desde todas partes del mundo. Sin embargo, lo que resultó de la carrera es algo mucho más progresista: El Grupo de Defensa de los Senderos de Sierra Buttes (SBTS, por su sigla en inglés), una organización que Williams y algunos amigos comenzaron en 2003.

A pesar de que su meta original era simplemente proteger su pedaleo local, Williams y el Grupo de Defensa hoy están determinados a revitalizar la región de Lost Sierra a través de los senderos, la comunidad y levantando un poco de polvo mágico.

Greg Williams (al frente) puede haber comenzado el Downieville Classic, pero fue la motivación descalibrada de Mark Weir (atrás) lo que puso a la carrera en el radar de la escena competitiva profesional. Weir era relativamente desconocido cuando la corrió por primera vez, pero la particular mezcla de resistencia, destreza técnica y esa audacia que nace con la gravedad, le calzó perfecto al “Señor Rudeza”, quien ganaría la prueba de downhill ocho veces. Ahora tiene una casa en Graeagle y está criando a sus hijos en la Lost Sierra. Foto: Paris Gore

A pesar de llamarse “Lost Sierra” (Sierra Perdida), la porción norte de la más larga de las cadenas montañosas de California parece estar súper cerca de casi todo; no muy lejos de Reno, dividida por el óvalo esmeralda de Lake Tahoe y sus zonas de esquí, los bordes del norte de la Sierra Nevada ven alto tráfico de caminantes, fanáticos de la nieves, ciclistas de montaña y visitantes que solo están ahí por el paisaje. Los fines de semana, los visitantes abundan en los comienzos de sendero y las playas, alimentando una vibrante economía y un igualmente vibrante mercado de trabajos e inmobiliario.

Pero la Lost Sierra no está en esos bordes, y obtuvo su nombre por una buena razón. Abarcando casi 103 kilómetros cuadrados de los condados de Plumas y Sierra, la región es un tumultuoso enjambre de torres de granito por sobre los 2500 metros, lagos turquesa y praderas alpinas, además de profundos valles llenos de ríos. La cobertura de celular casi no existe en la Lost Sierra; desaparece casi 20 minutos al norte de Truckee y no regresa por horas en ninguna dirección. Un puñado de pueblos marca los límites de la región: Quincy al norte, con menos de 2000 habitantes; el aún más pequeño pueblo de Graeagle por el este; y escondido en un cañón en el extremo sur, la aldea de Downieville, con una población que bordea las 300 personas.

Emplazado donde confluyen los ríos Downie y North Yuba, Downieville es peculiar en el espectro de pueblos de montaña: una mezcla de frontera del lejano oeste, pueblito de los alpes europeos y campo base para el Servicio Forestal en sus días de apogeo. Las calles, y los puentes también, tienen una pista por lado y están más bien dimensionadas para carretas que para autos. No hay mansiones elegantes. En cambio, la mayor parte de las casas tiene bordes de tablilla y entradas con terraza. Y a parte de las que están al borde de la calle principal, la mayoría de ellas están escondidas detrás de esbeltos e imponentes pinos.

En resumen, es precioso. Que es una de las razones por las que se ha convertido en una leyenda para ciclistas de montaña, caminantes y entusiastas de la vida al aire libre. Pero hace 160 años, era un asco.

Las fotos de Downieville en la década de 1850 estaban desprovistas de árboles, las paredes del valle están cubiertas de troncos cortados y los ríos Downie y North Yuba escurrían a través de barrancos pelados llenos de basura y escombros. El área del pueblo está cubierta de carpas, refugios maltrechos y, sobre todo, mineros.

“La única razón por la que estamos acá es por una palabra, y esa palabra es ‘oro’”, dice Lee Adams, residente de Downieville, antiguo sheriff del condado de Sierra y supervisor del distrito, además de miembro de la Comisión Estatal de Recursos Históricos.

En 1848, un hombre llamado James Marshall descubrió unas pocas pepitas de oro mientras construía un molino al este de Sacramento, lo que desató una de las mayores migraciones en la historia de los Estados Unidos. Solo dos años después, la población no nativa del estado había saltado de 14.000 a más de 250.000 personas, y la Lost Sierra era la zona cero para un montón de aspirantes a millonario. En los primeros años de la década de 1850, Downieville era el pueblo más grande en la región y los condados de Sierra y Plumas eran dos de los más ricos en California. Se estima que entre 2500 y 5000 personas vivían en un radio de ocho kilómetros del centro del pueblo, quienes financiaban una docena de hoteles y salones, una barbería, un salón de baños, múltiples tiendas de víveres, una tabaquería, un local de golosinas, una oficina de correo expreso, un dentista y no menos de cuatro médicos. “Sería como tomar todos los negocios de Nevada City de hoy y traerlos a Downieville”, dice Adams. “En 1853, era una de las 16 comunas que competían por ser capital del estado. Quedó novena, pero Los Ángeles no estaba ni siquiera en la lista de las 16”.

Para 1860, cerca de 12.000 personas vivían en el condado de Sierra, dispersados a lo largo de campamentos mineros y pueblos recientemente construidos. Pero el rápido crecimiento fue a costa de la salud de los mineros y, mayormente, de la Lost Sierra en sí misma. Las laderas de los cerros fueron deforestadas para tener materiales de construcción, apuntalamiento para las minas, líneas de ferrocarril o simplemente porque los árboles estaban en el camino, y los ríos que alguna vez fueron prístinos ahora crecían a punta de desechos humanos e industriales. La llegada de la minería hidráulica, un proceso que implica literalmente arrasar las laderas con una manguera, prometía aún más riquezas. Pero resultó ser el principio del fin de los días de gloria de la Lost Sierra.

“Volaron tanto material que los pueblos río abajo, como Marysville, estaban siendo completamente enterrados por aludes de hasta 6 metros de profundidad”, dice Mike Ferrentino, autor y miembro fundador de la SBTS. “La altura promedio del Valle Central donde corre el río Sacramento es de 1 a 1,5 metros mayor a lo que era en ese entonces”.

Esas mortíferas inundaciones también obstruyeron los canales que iban a la Bahía de San Francisco. Todo el daño generado motivó al estado de California a aprobar unas de las primeras leyes ambientales de los Estados Unidos: la Sawyer Decision de 1884, que prohibió la contaminación de vías fluviales y terminó con la minería hidráulica.

Sin embargo, la silvicultura aún progresaba en la Lost Sierra, donde los aserraderos y la comercialización de equipo para talar se había convertido en la columna vertebral de la economía local. Para la década de 1970, 40 porciento de todos los trabajos en el condado de Sierra estaban en la industria maderera. En Downieville, esa industria incluía la oficina distrital del Servicio Forestal de los Estados Unidos (USFS por su sigla en inglés), que empleaba a más de 50 residentes, e incluso más, a tiempo completo cada temporada. Como la minería, sin embargo, algo tan dañino como la operación forestal desenfrenada y a gran escala no es base sustentable para una economía, y la industria maderera comenzó a marchitarse bajo el decrecimiento de las cosechas y las nuevas leyes ambientales.

El siguiente golpe vino en 1980, cuando la USFS movió la oficina distrital de guardabosques de Downieville a Nevada City, California. Quince años más tarde, la Lost Sierra era uno de los pocos lugares en el estado cuya población disminuía, con índices de pobreza similares a las de las ciudades interiores.

“La USFS es dueña del 70 porciento de las tierras en los condados de Plumas y Sierra”, dice Williams. “El promedio nacional está poco más arriba del ocho porciento… como comunidad, de verdad confías en los federales. Pero cuando ellos no participan, eso es lo que pasa: pierdes a tu comunidad”.

Destellos dorados se abren paso entre los gigantes. Chelsea Jolly navega el vertiginoso Sendero de la Tercera División, una de las más icónicas secciones tanto para la categoría de cross-country como la de downhill en el Downieville Classic. Foto: Ken Etzel

Para Williams, la década de 1970 no fue una era de reducción de ganancias madereras. Esos años son la fuente de sus mejores recuerdos de infancia. En cuanto a la comunidad, para él incluso los años de 1860 tuvieron algo de connotación positiva: el tátara abuelo de este nativo de Nevada City fue miembro de los Miwok, una tribu que llamó hogar a estas tierras durante siglos, que se mudó a Downieville durante la Fiebre del Oro para llevar mulas dentro de minas remotas. Más de 100 años después, Williams y sus padres pasaron sus vacaciones de verano en esas mismas montañas, navegando por viejos caminos para 4×4 en su Jeep de 1942. “Donde fuera que mi papá se quedara pegado era donde usualmente acampábamos”, dice. “Una vez nos quedamos pegados en un lugar por dos semanas antes de que alguien pudiera ayudarnos a sacar el jeep”.

Irónicamente, el olfato para los negocios de Williams lo metió en problemas y eso lo llevó al mountainbike. Emprendedor desde chico, en quinto año lo castigaron por vender chicle a sus compañeros (cuyas ganancias usaba para comprar partes para su BMX); cuando tenía 17, sus padres le compraron una mountainbike para alejarlo de los problemas. Buscando dónde pedalear, fue de vuelta hacia Downieville y los senderos de los alrededores de la Lost Sierra.

“La primera vez que pedaleé desde el pueblo fueron 42 km de pavimento con 1520 mt. de desnivel”, dice. “Y ahí pensé, ‘A un montonazo de gente le gustaría que los llevaran en una van hasta la cumbre de esta colina’. Eso empezó a rondar mi cabeza. Entonces estaba empezando el bachillerato y en verdad no sabía muy bien a dónde iba a ir a parar. Sabía que las bicis eran importantes. Sabía que este lugar era importante, pero no sabía cómo juntar ambas cosas. Tan pronto lo descifré, simplemente puse todo lo que tenía en lograrlo”.

Fue capaz de “descifrarlo” en 1992, tras recibir una tarjeta de crédito con cupo por $10.000 dólares. Usando la tarjeta, compró una van para pasajeros y una parrilla para el techo, comenzó con Coyote Adventure Company y empezó a traer clientes desde Nevada City para correr los monstruosos descensos cercanos a Downieville (sin el pavimento, claro). En sus días libres, él y sus amigos se iban a buscar nuevas rutas… que, en la Lost Sierra, puede ser algo bien arriesgado.

“En los primeros días, solo tratábamos de bajar la colina, mantener las bicis enteras y mantenernos enteros a nosotros mismos”, dice. “Teníamos unos viejos mapas de la época de la Fiebre del Oro; mucho de lo que hay ahí ya no existe o es imposible de pedalear, pero cada vez que los usamos para probar y encontrar rutas nuevas, terminabas en el fondo de un cañón sin salida, 600 mt. más abajo, y tenías que volver a salir. Era divertido, pero también era un poco como una experiencia de supervivencia”.

Williams le dio medio a medio. A la gente le encantó que los llevaran 1520 mt. sendero arriba y, en 1993, mudó la operación a Downieville … aunque “mudó” es una palabra un poco grande, considerando que básicamente puso un aviso en el diario mural afuera de la pizzería del pueblo donde la gente se podía inscribir para paseos guiados. Ya en 1994 pudo alquilar un espacio de 3×3 mt. en el mismo edificio, que usó como punto de encuentro de la compañía y taller de bicicletas (y habitación). Aún así, sentía que el lugar tenía incluso más potencial, por lo que en 1995 decidió organizar una carrera de cross-country. Comenzando en Sierra City, cubriría 42 kilómetros, con casi 1400 mt. de desnivel en la subida y más de 1500 en la bajada, para terminar en el centro de Downieville.

Una idea tan ambiciosa requería hacer unos cuantos malabares. Williams, por ejemplo, tuvo que ir puerta a puerta a lo largo del último tramo pidiendo el permiso de cada uno de los residentes. Pero así y todo, ese agosto, 277 corredores engalanados de lycra partieron desde Sierra City para la primera versión del Coyote Classic.

“No hay nada como un cronómetro y una carrera contra el tiempo para que la gente ponga atención” dice. “Ni siquiera teníamos un reloj. Pero supusimos que el tipo de NORBA (la Asociación de Ciclismo Off-Road) tendría ese ítem cubierto. Mi mujer, que era mi novia en este tiempo, se hizo cargo del registro, y dormimos en la mitad de un camino de tierra con mis papás. Mirando hacia atrás, no teníamos la más mínima idea de lo que estábamos haciendo”.

En honor a la historia del pueblo, durante los primeros años el ganador recibía una pepita de oro, que se sacaba del río North Yuba, en lugar de dinero. Todo estuvo a punto de venirse abajo en 1998, cuando el socio financista de Williams lo demandó por los derechos de la carrera. La batalla legal duró dos años, en los que dependió de sus amigos y de algunos miembros de la comunidad para ayudarle a mantener la carrera, rebautizada como Downieville Classic, y a Yuba Expeditions operando.

“Esos dos años estuve en la corte el viernes previo a la carrera peleando un recurso”, cuenta Williams. “Ese fue tal vez el primer año en que me di cuenta de lo importante que son las personas en tu vida. Si perdía, si la carrera no se llevaba a cabo, yo habría acabado en la quiebra. Downieville se habría detenido. Esas personas dieron un paso al frente e hicieron que esto sucediera”.

Al comienzo de los 2000, el Clásico atraía atletas de primer nivel y el equipo decidió sumar una carrera de downhill. Por supuesto, no podía ser cualquier trayecto. Con más de 1500 metros de desnivel en 24 kilómetros de descenso, sería la más larga del país. Y además incluiría más de 300 metros de ascenso. En 2005, eso mutó a algo aún más particular. Los corredores que quisieran competir en el evento de downhill también tendrían que completar la carrera de cross-country el día anterior, con un detalle más: tendrían que hacerlo en la misma bicicleta. Hoy en día, además de los 800 participantes anuales del Clásico, 350 más se alinean cada mañana para pesar sus bicicletas y asegurar que no han sido modificadas.

Si bien la carrera es el corazón del Clásico, hay un montón que agregar sobre la ruidosa vibra que se arma fuera de los senderos. El fin de semana ahora incluye una competencia de tirar troncos (que se hace con una bicicleta playera de una velocidad), una competencia de saltos hacia el lago (bautizada en honor al padre de Williams, Ron), una competencia de clavados, una fiesta bailable e incluso una competencia de breakdance.

“El Clásico realmente es lo que le da forma a la comunidad de todo este asunto”, dice Williams. “Es un momento de anarquía. Luego, cerca de las cinco de la tarde del domingo, las luces se apagan y devolvemos el pueblo. Unos pocos nos vamos a una cena íntima y compartimos las historias de lo que pasó el fin de semana. Y el lunes en la mañana ahí estoy, barriendo las calles y limpiando el pueblo para los locales”.

Construye lo que corres, corre donde construyes. Cameron Falconer (al frente) fue uno de los primeros mecánicos de Yuba Expeditions. Ahora hace sus propios marcos de bicicleta personalizados y ayuda a mantener los senderos cerca de su natal Quincy, California, como parte del El Grupo de Defensa de los Senderos de Sierra Buttes. Falconer y Sarah Bam (atrás) se deslizan sendero abajo en uno de los más empinados rincones del Jamison Creek Trail, en Lakes Basin. Foto: Ken Etzel

Mike Ferrentino no pensaba terminar en Downieville, pero luego conoció a Greg Williams.

Fue en el 2000, y el autor de la famosa columna de la BIKE Magazine, “El Grasos Apretón de Manos”, recién se había mudado a Nevada City. No tomó mucho tiempo para que sus caminos se cruzaran; Williams y su esposa, Heather, vivían en Downieville, y un día terminó acompañando a Williams a pedalear. Después de eso, Williams le ofreció a Ferrentino un trabajo de mecánico part-time en el taller de Yuba Expeditions. Dos años después, terminó compartiendo una casa con la pareja en Downieville (tras un breve período compartiendo una litera con un mapache en el ático del taller).

“Yo no tengo un conocimiento de la Sierra Nevada arraigado en mi ADN, pero cada vez que he regresado de un viaje, tan pronto veo aparecer la columna oriental de la Sierra, eso siempre ha sido reconfortante”, dice Ferrentino. “Se siente como si fuera mi hogar”.

Ese invierno, sin embargo, Williams y Ferrentino estaban bien aburridos del hogar. La falta de luz era un problema; al estar al fondo de un valle, Downieville no ve mucho sol fuera de temporada. Además, como había sido un año con mucha nieve en las montañas, el duo estaba preocupado de que pasaran meses antes de que el USFS pudiera despejar los senderos de bicicleta, especialmente por la falta de liquidez de la agencia que en ese momento significaba que no había alguien en su equipo que manejara una sierra . Entonces, preguntaron si podían despejar los senderos ellos mismos. “Si los árboles ya no están”, dijo el guardabosques del USFS, “no debería haber problema”.

Un par de semanas más tarde, Ferrentino, Williams y Cosbey estaban dedicando días completos en las montañas al rededor de Downieville despejando senderos con su nueva motosierra. “Resultó ser un curso rápido y bien divertido de cómo manejar una motosierra”, dice Ferrentino. “No éramos muy buenos. Probablemente no deberíamos haber tenido una en nuestras manos”.

Y así es como terminaron con dos, porque la primera se quedó atascada en un tronco caído y tuvieron que comprar otra para poder sacarla. A parte del proceso de prueba y error, el trío avanzaba con su trabajo. Para ver qué podían lograr con aún más sierras y personas, empezaron a invitar más gente a sus días de trabajo en los senderos. Al principio, solo unos pocos aparecieron. Luego fueron 20. Después 30, luego 40 y más, todos listos para trabajar, pedalear, tomarse una cerveza y “aullarle a la luna”, cuenta Williams. “Esos días de trabajo se fueron convirtiendo en algo realmente grande”.

El impulso estaba creciendo; pero lo que se estaba gestando aún estaba por descubrirse, entonces el grupo armó una organización sin fines de lucro (con la ayuda de un “computín” llamado Carl Butz) para ayudar a despejar, construir y mantener los senderos de los que dependen el Clásico y Yuba Expeditions. Mientras tanto, Williams y Heather se preparaban para recibir a su primer hijo, Kenzy. Con todo lo que estaba pasando, el equipo decidió posponer el Downieville Classic por un año y enfocarse en la organización. Solo necesitaban un nombre, algo de lo que se dieron cuenta cuando estaban postulando a su primera donación.

“Estábamos haciendo un viaje con bicis de Dirt”, cuenta Williams. “Era una donación para defensa de un sector, y estábamos tratando de decidir cómo ponerle a esta cosa. Era como, ‘Sierra Buttes, esa es nuestra nave nodriza. Eso tiene que ser’. Lo que nos interesaba eran los senderos, y luego llegó este formulario de donación con la palabra “defensa”. Desde ahí, como que todo hizo sentido”.

Si el nombre fue un accidente, fue uno que les vino bien. En los 15 años desde su creación, la SBTS ha trabajado en senderos para mountainbike, dirt-bike, senderos de vida silvestre y más de 112 kilómetros del Pacific Crest Trail. Impresionante, considerando que los últimos dos están cerrados de forma permanente para las bicicletas. En los días de trabajo voluntario, Williams le hace notar a la gente que es mejor no traer sus bicicletas. Sin ellas, dice, la gente se conoce por su pasión por los senderos en lugar de por lo que usan para andar en ellos.

“En retrospectiva, el hecho de que no lo llamamos ‘Organización de Mountainbike de Downieville’ fue la clave de todo”, dice. “Fue como una vía de escape. Somos un grupo de defensa de senderos, y lo incluimos todo. Andamos en mountainbike. Andamos en bicis de dirt. Algunos de nosotros andan a caballo. Esto se trata de que todos estemos en el bosque”.

A juzgar por el resumen 2018 del SBTS, esa fue una estrategia efectiva. El grupo ha estado involucrado en un total de 101 proyectos de senderos, incluyendo la construcción de 136 kilómetros de senderos nuevos y la mantención de 1520 kilómetros de senderos existentes. Y si bien la organización tiene a un equipo de seis personas que recibe una paga, la mayor parte del trabajo se ha conseguido con el sudor de 1342 voluntarios, que han puesto 45 días y 85.000 horas de trabajo.

El éxito del SBTS no se refleja solo en los kilómetros de senderos. Cada año, Yuba Expeditions hace más de 7000 viajes y atiende a más de 10.000 visitantes, y el Clásico ha dado vida a otras dos carreras: The Lost and Found Gravel Grinder y la Grinduro. Los tres eventos tienen un impacto estimado de 10 millones de dólares en la Lost Sierra y, en 2019, las carreras, las tiendas y la empresa de aventuras tuvo ingresos netos por 2 millones de dólares. Así es como el SBTS le paga a sus empleados permanentes y temporales; la organización usualmente tiene alrededor de 40 personas en la nómina de pagos (el numero varía dependiendo de la época del año y la cantidad de trabajo que se necesita realizar), todos oriundos de los condados de Plumas o Sierra. El resto del dinero se re-invierte en la organización y las comunidades locales.

“Uno no puede ir a un lugar y solo tomar cosas; tiene que devolver algo”, dice Ferrentino. “Por eso, para mí la idea de la organización era, ‘le debemos a estos senderos, a esta comunidad. Tenemos que hacernos cargo de esto que es con lo que nos ganamos la vida”’.

El Downieville Classic es uno de los más renombrados eventos en la escena del mountainbike, pero para el Grupo de Defensa de los Senderos de Sierra Buttes, son solo cuatro (muy ruidosos) días en una fiesta que dura todo el año. Desde su formación en 2003, el grupo ha mantenido más de 1520 kilómetros de senderos existentes y construido 136 kilómetros nuevos, todo gracias a un estimado de 85.000 horas de trabajo voluntario y el esfuerzo de sus 40 empleados, de los que la mayor parte vive en los condados de Sierra o Plumas. Foto: Paris Gore

El Grupo de Defensa de los Senderos de Sierra Buttes puede estar viviendo un boom recreativo, pero el resto de los condados de Sierra y Plumas aún sufren por la pérdida de la minería y la industria maderera. La población de ambos condados se sigue achicando, y el mercado laboral no se ve prometedor tampoco. Para julio de 2019 los condados de Sierra y Plumas tenían tasas de desempleo de 5.1% y 6.4% respectivamente, en comparación con la tasa nacional de 3.7% de agosto. Los salarios en ambos condados también decrecen, lo que significa que no solo es más difícil conseguir un trabajo, sino que también te pagarán menos cuando lo encuentres.

“Es un lugar bien deprimido al que nadie se está mudando, con verdaderos declives en salarios y donde la única actividad económica la tienen las personas mayores, como una inercia de una economía del pasado”, dice Ray Rasker, director ejecutivo y co-fundador de Headwaters Economics, un grupo de investigación con base en Bozeman, Montana, que se especializa en el desarrollo de comunidades rurales.

Los locales del área, como Lee Adams, aprecian las ganancias que traen los ciclistas, pero Adams duda que esta industria pueda reemplazar los trabajos que sustentan a familias completas como los que daban la minería, la silvicultura o la USFS. Al menos no en Downieville, uno de los pueblos más aislados de la Lost Sierra. Además, casi todo el espacio posible de construir en el valle ya es propiedad de la USFS o ya tiene una casa encima. Sin duda no el mejor escenario como para atraer gente nueva.

“En este momento, no hay ni siquiera una clínica en Downieville”, dice Williams. “El año pasado, pusimos un dólar por cada persona que se subió a la van—$7200 dólares—en un fondo para ayudar a contratar un paramédico, para que si alguien se accidenta al menos haya alguien que sepa cómo atenderlo”.

Esto, junto con las acomodaciones más modernas en pueblos como Grass Valley, han dejado al pueblo rico en historia pero pobre en juventud.

“Downieville no tiene un equipo de football”, cuenta Adams. “Apenas tiene un equipo de básquetbol. Se hace cada vez más difícil con una escuela que tiene solo 60 estudiantes. El año pasado se graduaron cinco estudiantes, y el próximo año también saldrán solo cinco. Cuando eso baje a uno, los que se gradúen tendrán el mejor y el peor promedio de la escuela”.

Un ex alumno está haciendo su mejor esfuerzo por cambiar eso. Henry O’Donnell es el jefe de cuadrillas del SBTS. Nacido y criado en Downieville, su primer trabajo fue cazar moscas en el taller de Yuba Expeditions cuando tenía 10 años, por cinco centavos el insecto. Cinco años después, derrotó a un montón de profesionales de clase mundial al ganar el evento de downhill en el Clásico, y después de eso corrió alrededor del mundo para Santa Cruz Bicycles. Ahora ayuda haciéndose cargo del programa de secundarios para los senderos del SBTS, que emplea a 13 estudiantes cada verano. Desde su creación en 2011, más de 100 niños locales han trabajado para el equipo y ahora el SBTS lleva el programa también en Quincy y Graeagle.

“Los visitante son geniales”, dice Williams, “pero si no tienes gente aquí para interactuar con ellos, si no tienes niños en el colegio, empiezas a perder el sentido de la comunidad. Sentimos que la recreación puede ser un mecanismo de atraer personas que quieren ser defensores de la tierra y que además tengan un sentimiento de orgullo por donde viven. Luego vamos a poder llevar más niños a las escuelas, y les enseñaremos a cómo cuidar este lugar para que cuando nosotros ya no estemos, sepamos que está en buenas manos”.

Williams entiende que la recreación al aire libre no es la silvicultura, pero a juzgar por las estadísticas a lo largo del país, tiene el potencial para ser una alternativa viable: De acuerdo con la Asociación de la Industria Outdoor, en 2017 la recreación outdoor fue una industria de 887 billones de dólares en los Estados Unidos, con la categoría de los “deportes de sendero” marcando más de 201 billones del total. En California específicamente, la industria ha visto casi una década de crecimiento consecutivo y le da trabajo a más de un millón de personas.

Pero, como cualquier pueblo de turismo de temporada podría decirte, traer más dinero no te garantiza que más personas se muden ahí. Los trabajos tienden a estar relacionados con la industria de los servicios, a menudo solo por un par de meses al año, y no necesariamente los mejor pagados, lo que significa que cada vez es más difícil para quienes trabajan en un pueblo de montaña vivir ahí. Son posiciones fundamentales, pero un mesero no puede pagar una casa de $750.000 dólares solo con propinas. El aumento de los alquileres cortos durante las vacaciones ha hecho que encontrar una casa en pueblos recreacionales se haga cada vez más difícil, incluso en pueblos deprimidos económicamente como Downieville.

“El valor de las viviendas sigue alto aquí porque cuando una casa sale al mercado, la gente de San Francisco la compra como casa de veraneo”, dice Adams. “No me estoy quejando, mis padres hicieron exactamente eso en el 73, pero ellos fueron la excepción a la regla en ese entonces. Ahora, eso es lo normal. Y, honestamente, es el mountainbike lo que ha logrado eso. Es nuestra nueva economía”.

El SBTS ha experimentado esto de primera mano al tratar de encontrar viviendas para los empleados de Yuba en Downieville. De los alquileres disponibles, cerca de 40 estaban en Airbnb o VRBO, haciéndolos demasiado caros, y no había casas a la venta en el pueblo. De todos modos, había una opción: el Lure, un resort en desuso a 1,6 kilómetros del pueblo. La propiedad tenía amplias viviendas y espacio para construir aún más; además tenía un desalentador precio de 1.6 millones de dólares. Al ver la oportunidad, en 2018 el SBTS le echó mano a la ayuda de un banquero especialista en inversiones que estaba en su directorio y comenzó a buscar la forma de adjudicárselo.

“El grupo desarrolló la idea, armó una carpeta y reclutó inversionistas”, dice Williams. “Y juntamos los $75.000 iniciales para los permisos y demostrar que teníamos respaldo”.

Un mes y medio después, tenían suficiente para comprar El Lure, una victoria, pero el SBTS se dio cuenta de que la empresa que habían creado para comprar el resort, Lost Sierra Development (LSD), podía lograr mucho más. A través de LSD, podían comprar propiedades disponibles y ofrecerlas como alquileres asequibles y de largo plazo para personas que estuvieran viviendo en los condados de Sierra y Plumas. Los inversionistas de LSD verían un retorno positivo, y al mismo tiempo mantendrían a las familias trabajadoras en la Lost Sierra.

“Pensamos que va a cambiar la vida de las personas”, dice Williams. “En un montón de pueblos de montaña, todas las casas disponibles se van a VRBO y Airbnb, y las personas en la industria del servicio no pueden costear vivir en ellos. Downieville es un lugar donde sentimos que podemos hacer una diferencia, donde podemos ofrecer oportunidades y viviendas para que prosperen”.

“Prosperar” depende de encontrar tanto un trabajo como un lugar para vivir, y Williams está convencido de que la recreación puede proveer más que solo trabajos temporales. En muchos lugares, la investigación respalda sus creencias: estudios realizados por grupos de desarrollo económico rural como Headwaters Economics sugieren consistentemente que los senderos en tierras públicas crean más trabajos y atraen a nuevos negocios, y esas personas son más proclives a mudarse a condados con grandes oportunidades recreacionales antes que los que no las tienen. Y si bien los ingresos promedio por el trabajo son menores en los condados basados en la recreación, también se ve que crecen rápidamente.

“Todos los condados rurales están perdiendo población a no ser de que sean condados recreacionales; esos son los únicos que crecen, lo que es destacable”, dice Rasker. “Y cada lugar que tiene éxito tiene un problema con la accesibilidad a la vivienda. Los pueblos gasíferos y petroleros tienen ese problema. Los pueblos del boom tecnológico tienen ese problema. Y está sucediendo en los condados recreacionales porque la recreación puede estimular mucho crecimiento. Es un problema que muchas comunidades rurales quisieran tener”.

Por mucho que el tema de la vivienda haya sido una batalla, es una que deja a Williams esperanzado, especialmente para atraer a los tan necesarios obreros y también mujeres.

“Mira los trabajos en este tipo de condados y verás que los pequeños negocios son el número uno”, explica Williams. “Eso es en parte porque no hay trabajos, por lo que la gente tienen que inventar algo y terminan trabajando para ellos mismos. Pero lo que necesitamos ahora son eléctricos, gásfiters, constructores. Obreros y mujeres. Cuando el mercado inmobiliario se derrumbó en 2008, la mayor parte de esas personas que vivían aquí se tuvieron que ir a la ciudad para trabajar. Perdimos todo ese conocimiento y a todas esas familias, de nuevo”.

Atención novatos: Lakes Basin es bien bonito al mirarlo, pero llegar ahí requiere navegar unos cuantos cientos de metros hacia arriba en terreno empinado, técnico y rocoso. Sin embargo, quienes lo hacen, son premiados con kilómetros de senderos alpinos y 10 lagos color turquesa. Mason Werner disfruta el botín bien merecido tras el ascenso cerca de Gold Lake. Foto: Ken Etzel

Traer a esas familiar de vuelta es lo que impulsa al más reciente esfuerzo del SBTS: Comunidades Conectadas, una propuesta de plan de desarrollo regional que uniría a 12 comunidades en los condados de Sierra, Plumas y Lassen, conectando a pueblos rurales en dificultades como Quincy, Graeagle, Sierra City, Loyalton, Sierraville, Portola y Downieville, con centros de desarrollo establecidos como Reno y Truckee.

“La idea es crear un inicio de sendero en la calle principal de cada lugar”, dice Williams. “La gente que viene a un lugar comenzaría su aventura en el pueblo, rodeado de negocios locales, y la gente que vive ahí podría hacerlos parte de su rutina diaria”.

Irónicamente, el concepto de Comunidades Conectadas es posible gracias a la plétora de bosques nacionales que hay en el condado. Los tres bosques—Plumas, Tahoe y Lassen—están actualizando su Plan de Manejo de Bosques y Recursos, un proceso que determinará el acceso a la tierra, construcción de senderos y mantención, así como los tipos de uso permitidos por los próximos 10 o 15 años.

Los líderes de la tribu, de izquierda a derecha: Mark Weir, ocho veces campeón del evento de downhill; Greg Williams, fundador del Downieville Classic y del SBTS; Mike Ferrentino, escritor de BIKE Magazine y co-fundador del SBTS; y Marc Cosbey, co-fundador del SBTS, cuidador del Gold Lakes Lodge y ex administrador de senderos. Foto: Paris Gore

Usualmente, cualquier ciudad o condado aledaño le presentaría a la USFS un plan localizado que pensarán pudiera ser de beneficio para sus comunidades, pero aquellos pueblos en la Lost Sierra no tienen los fondos. En su lugar, el SBTS ha dado un paso al frente para ofrecer su visión para el futuro de la región… con el apoyo de la gente, por supuesto.

“Ya hemos estado en esto por mucho tiempo en Downieville y Quincy, por lo que los otros pueblos en el área dicen como, ‘nosotros queremos un poco de eso’”, cuenta Williams. “Con 12 comunidades, cualquier cosa puede pasar. Una puede necesitar ocho reuniones más. Pero queremos tener éxito en cada lugar, y son las personas las que tienen que hacer los avances en esto. Necesitamos que el Servicio Forestal participe, pero necesitamos que creen el plan. Eso vendrá de la gente”.

Perfil de autor

Sakeus Bankson

Antes de su rol como editor en jefe para Patagonia MTB, Sakeus Bankson trabajó como editor en jefe para Freehub Mountain Bike Magazine en Bellingham, WA. Ahora vive en una casa rodante de 5,5 metros con su esposa, Jamie, y su border collie de 16 kilos, Moxie.