Iniciándome en el boulder
Kate Rutherford / / 5 min de lectura / Escalada
Cuando era una escaladora joven estaba totalmente comprometida con las rutas largas, usualmente en las montañas y usualmente con un montón de sufrimiento involucrado. La belleza de cada lugar es lo que me llevó hacia ellos y las amistades me mantuvieron ahí. Yo quería estar en esos paisajes inmensos, durmiendo en la pared, azotada por el viento, empotrándome en las fisuras, parándome en la cumbre y compartiendo esas experiencias con personas especiales. Ir a boulderiar no solo parecía absurdo (ya que pasas mucho tiempo en solo una pequeña parte del paisaje) sino también peligroso. Arriesgarse a un tobillo quebrado y poner en peligro un objetivo alpino en el futuro no me parecía justificable.
Algo cambió. Ahora me gusta boulderiar, más o menos.
Es como jugar mezclado con entrenamiento, gente buena onda, una intensa concentración y muchas pequeñas victorias. Pero sabía que era necesario alguien que me chasqueara el látigo si es que iba a aprender a escalar en boulder. Así, en un frío día de enero, dos profesores, Alex Megos y Ken Etzel, aparecieron en mi puerta en Bishop y un plan fue elaborado: Iba a volar por 30 horas para escalar boulders de clase mundial rebosantes de hombres fuertes, exuberantes y cosmopolitas, vistiendo brillantes camisetas de colores.
Aterricé a medianoche en Capetown, Sudáfrica, donde me recogió un encantador escalador local con quien nos movimos rápidamente hacia los campos de roca de Rocklands, en Cederberg Mesa, todo en el nombre de la experiencia. Durante mi primer día en Rocklands vi a Alex escalar The Finnish Line en un bloque más alto que algunas de las escaladas con cuerda que he hecho. Podía ver en sus hombros que era duro. Sus movimientos eran lentos, no enérgicos y despreocupados como los que generalmente veo en su escalada. Este tenía que ser un gran problema. Las líneas negras y anaranjadas contrastaban feroces a la luz del mediodía. Alex había estado probando este problema toda la mañana y por varios días antes de mi llegada. Dejó salir un rugido de emoción al llegar al top, liberando la frustración, el enfoque y el deseo. ¡Era espectacular! Era una obra de arte, onerosa físicamente, en todo el esfuerzo que significa un V16.
Estaba inspirada. Necesitaba un proyecto. Había miles para elegir. Algunos eran atigrados y divertidos, otros tenían largas travesías. Algunos con grandes movimientos, agarres pequeños, bien altos y aterrizajes espantosos. Exploré y reí todos los días mientras Alex me mostraba los movimientos en chancletas, shorts y con su sonrisa de gato de Cheshire. Su entusiasmo juvenil era la medicina perfecta para mi temor a los grandes movimientos en grandes bloques. Nada de eso importaba si era divertido.
En el tercer día de tarde llegamos a la base de Creaking Heights, un hermoso bloque gris con una cara amplia y lisa que tenía un problema, terminaba en una fisura perfecta. Los chicos estaban seguros de que era el problema indicado para mí, solo que tenía 7 metros y medio. ¡Qué miedo! Pusimos algunos crash pads en el piso, Alex fue a dar una vuelta para comer zanahorias o probar algo más duro, Ken se puso sus zapatillas y llevó su larguirucha estructura hasta el top.
Estaba nerviosa, pero me puse las zapatillas de todos modos y partí a ver cómo se sentía. Hice un poco de incómodo progreso, mis pies se movían por sobre los brazos estirados de Ken. Pero en el crux hubo una avalancha de incertidumbre y fatiga. Estaba absolutamente superada. Todo el aliento que pudieran darme no era suficiente para llevarme más arriba. Miré las colchonetas y salté hacia abajo. El vértigo me hacía dar vueltas y para el momento en que aterricé estaba segura de que nunca resolvería este problema. Probé de nuevo, mismo resultado. El vértigo me hacía sentir nauseas y estaba exhausta. Los chicos estaban en lo cierto, este era mi estilo, entonces ¿qué pasaba conmigo? Nos fuimos a casa a cocinar la cena.
Un par de días después estábamos de vuelta en los bloques de Roadside buscando algo de sombra y cargando crash pads para un amigo que quería probar algo alto. Yo ya había probado un par de hermosos y duros problemas, había comido muchas zanahorias y estaba satisfecha. Pero cuando dimos la vuelta a la esquina Creaking Heights se alzaba majestuosamente, solo con su punta iluminada por los rayos del sol. Alex me miró sonriente. Nuestro amigo Shauna intervino, “Oh Kate ¡este te va a encantar!” Empecé a lloriquear con que ese problema ya me había botado del susto mientras todos acolchaban el aterrizaje con doble espesor.
Me calcé las zapatillas una vez más, sintiéndome mejor que un par de días antes. Las bromitas de Alex y Shauna detrás mío se sentían alegres y contagiosas. Alex se paraba de manos mientras yo me ponía de pie y con clama buscaba los agarres iniciales. Tan pronto como me monté en la roca ellos se pararon más cerca, manos arriba, gentilmente dándome algo de beta en acentos chistosos y algo ridículos al mismo tiempo. “No, no, sí, sí, eso es, un poco más alto ¡solo un poco más alto!”
Me sentí ligera y flexible, extremadamente consiente de cada tendón en mi cuerpo. Dedos fuertes apretando los agarres, los dedos de los pies presionando goma en la piedra pulida. Estaba contenta con mis profesores ahí abajo susurrándome al oído, aunque estaba 6 metros arriba de ellos. De repente mi mano estaba en la fisura, donde los pies se resbalaban ahora había textura, y estaba alcanzando el sol. En el top dejé salir un aullido de lobo, liberando la frustración, el enfoque y el deseo.
Me reí. La práctica estaba dando resultados. Estaba iniciándome en el boulder.
Perfil de autor
Kate Rutherford
Kate attributes her love of climbing to the childhood trapeze in her family’s rural Alaskan cabin. Without electricity or running water, she had lots of time to climb and dangle. She officially learned to climb while attending Colorado College, but a visit to Yosemite changed everything. Today, free climbing long crack systems is her passion, which she augments with making jewelry and stints as a fly-fishing guide. She is also a leading force at Farm To Crag.
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