Ramón Navarro: Más allá de las expectativas
Greg Long / / 7 min de lectura / Surfing
Cada cierto tiempo te cruzas con alguien cuyas acciones y conducta te inspiran, te maravillan. Así me pasó cuando conocí a Ramón Navarro.
Yo tenía 19 años y estaba en lo que ya era la extensión de la temporada invernal en la legendaria costa norte de O‘ahu, Hawaii, con la esperanza de perfeccionar mis habilidades para surfear olas grandes. Seguía a jóvenes surfistas de olas grandes como Jamie Sterling y Mark Healey, solo por nombrar algunos, y por eso a menudo me aventuraba hacia los arrecifes más lejanos cuando las olas eran lo suficientemente grandes como para montarlas. En esas maniobras generalmente me encontraba fuera de mi zona de confort, perdido entre lineups siempre cambiantes y los vientos que soplaban con fuerza desde el oeste. Prefería ubicarme distante de los otros surfistas para poder escapar a la seguridad del canal si es que aparecía un set demasiado gigante de olas ante nosotros, como inevitablemente casi siempre pasaba.
Un día, llegué al lineup y había un pequeño grupo de surfistas que frecuentaban regularmente los arrecifes más lejanos junto a una cara nueva que no había visto antes. Pelo negro, bajo, con un bigote perfectamente formado. Este nuevo rostro se sentó calmadamente en su tabla al interior del grupo. Aferraba las manos a los cantos de su tabla, su mirada estaba fija en el deck, solo levantaba la mirada cada cierto tiempo para escanear el horizonte en busca de un set que se aproximara.
En los días en que el mar está grande, es fácil ver cuánto miedo corre por las venas de cada surfista en el lineup. Mira a alguien a los ojos, observa su lenguaje corporal y rápidamente sabrás si está listos y dispuesto a correr una ola gigante o si en realidad solo está jugando. Pero la calmada actitud de este sujeto me dejaba sin respuesta. Era una de dos: ignoraba totalmente en lo que estaba metido o exactamente todo lo contrario.
Mis dudas se despejaron cuando el primer set oscureció el horizonte y mandó a algunos surfistas inseguros hacia el canal (incluido yo) mientras el resto se mantuvo en posición y esperó. Mientras la ola más grande pasaba por debajo mío, me di vuelta y vi al pequeño hombre de bigotes moverse al interior del grupo y tomar lo que parecía una ola de doble altura imposible de correr con una pared que llegaba hasta bien dentro del canal. Cuando el rocío de la espalda de la ola desapareció, parecía que todos en el lineup contenían la respiración ansiosamente mientras buscaban en la zona de impacto por cualquier signo de una tabla o un cuerpo.
Pasaron veinte segundos antes de que la última ola espumosa del set nos levantara y nos diera una posibilidad definitiva de buscar en la zona de impacto. De repente, unos 180 metros más allá de la línea, una figura oscura y pequeña aparecía en el hombro de la ola. ¡Lo logró! Diez minutos después, volvió al lineup sin decir una palabra, se sentó, tomó los cantos de su tabla y fijó suavemente la mirada hacia abajo sin decir nunca una sola palabra. Supuse que era uno más de esos rudos surfistas underground hawaianos que todavía no conocía. Yo era muy callado y reservado en ese entonces como para presentarme, pero su actitud en el lineup era algo que jamás olvidaría. Era pasión pura, determinación y humildad. Y eso me dejó la impresión de un carácter que recordaría para siempre.
No fue hasta tiempo después que descubrí que el pequeño hombre de bigotes no era hawaiano. Era Ramón Navarro, un prometedor surfista profesional chileno. Había escuchado su nombre antes y había visto esa inusual foto suya corriendo olas grandes en su tierra natal. Fue un tiempo después de esa sesión en los arrecifes que finalmente conocí a Ramón durante una estadía de un mes en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Mientras esperábamos el inicio de una competencia de olas grandes en la legendaria Dungeons, estrechamos los lazos de lo que se transformaría en una amistad de por vida.
Durante los años que siguieron, mientras nuestras carreras en el surf de olas grandes florecían, nos encontrábamos regularmente persiguiendo olas alrededor del mundo, incluyendo visitas a su país de origen, Chile. Pero fue durante una estadía más prolongada en su natal Pichilemu que comprendí mejor el origen de su naturaleza, generosa y humilde, y pude conocer un lado totalmente diferente: su apasionada vocación ambientalista. Ramón creció como el hijo de un pescador. Él y su familia vivían de manera simple, una vida marcada por las olas y las mareas. Cuando era niño, sus padres le enseñaron que si cuidaba la tierra, el mar, a sus pares y su comunidad, todo aquello le daría a cambio todo lo que llegara a necesitar para vivir una vida próspera.
En sus años de juventud, Pichilemu era un santuario para el surf relativamente desconocido y un destino estival para los citadinos. Pero al estar a solo tres horas por carretera desde Santiago, era cuestión de tiempo para que se descubriera la belleza de este pequeño y dormido pueblo de pescadores. Tanto la popularización del surf como los sueños de un glamoroso estilo de vida playero, generaron un bombardeo inmobiliario en Pichilemu. Lamentablemente, la mayoría fueron construcciones mal pensadas y sin preocupación por la conservación del entorno y la comunidad local.
Aprendí sobre la primera de muchas campañas ambientales iniciadas por Ramón en una visita el año 2007. Había promovido diligentemente el apoyo comunitario en oposición a la propuesta de una tubería para desechar aguas residuales al océano, a solo metros de la costa de la playa principal de Pichilemu donde muchos años antes se había enseñado a sí mimo a surfear. Desde entonces, Ramón ha luchado incansablemente contra la contaminación de las costas de Chile por los desechos de las industrias de la madera y la energía. Además, recientemente ha recibido notoriedad por el esfuerzo mancomunado con Save The Waves por crear una fundación local, así como servidumbres de conservación, para la protección y preservación de la tierra en Punta de Lobos, la ola de su hogar. Cuando el proyecto se cocrete, Punta de Lobos y sus alrededores se convertirán en terrenos protegidos para la conservación de la biodiversidad ecológica y marina, los recursos para el surf y los derechos de pesca tradicional para las comunidades locales.
Los años de amistad que nos unen sobrepasan ampliamente la década, hemos compartido innumerables aventuras que dejan una lista larga de momentos extremadamente memorables. En el Eddie Aikau, la competencia de olas grandes más prestigiosa del surf, presencié incrédulo a Ramón mientras se montaba en una ola que era realmente una bestia imposible de correr, la que luego sería nominada como “la ola del día”. Lo vi abrirse camino a través del que podría ser el mejor tubo jamás surfeado en la historia de nuestro deporte durante una gigantesca marejada en Fiji.
Sin embargo, el mejor momento llegó una tarde este verano en Laguna Beach, California, donde se me concedió el honor de presentar el premio al ambientalista del año de la Surf Industry Manufacturers Association (SIMA) para Ramón. Este reconocimiento se reserva para personas que han superado todas las expectativas al dedicarse a difundir la conciencia por la conservación y a proteger los océanos y los recursos naturales del planeta. Algo a lo que Ramón ha dedicado toda su vida adulta.
De pie en el escenario, frente a una multitud de amigos, familia, líderes de la industria y héroes del surf, Ramón habló sobre sus inicios humildes y la interminable fortuna, la alegría y las oportunidades que el mar le ha entregado. Su mensaje fue que es responsabilidad de todos nosotros asegurar que las futuras generaciones tengan las mismas oportunidades de experimentar y apreciar nuestros tesoros naturales de la misma forma en que esta generación lo ha hecho.
Reconoció gentilmente el premio como el más significativo de su vida y carrera. Ramón compartió su certeza de que lo que haces para retribuir al mundo y lo que haces para ayudar a otros será, por lejos, más importante que cualquier otro logro. Con una lista interminable de premios en el surf, una con que la mayoría solo puede soñar, él entre todas las personas lo sabe bien.
Ramón toma su papel de activista ambiental con la misma pasión, integridad, determinación y humildad que pone en el surf de olas grandes. En nuestro primer encuentro en Hawái, hace casi 15 años, me dejó enormemente inspirado y esa inspiración y respeto solo crecen con cada encuentro, con cada intento y cada apasionado esfuerzo que hace para cambiar nuestra ética y conciencia ambiental colectiva.
Greg Long
Morgan Williamson
Al combinar su pasión absoluta por el surf con la dedicación al estudio de las olas y tormentas, Greg Long es reconocido como uno de los surfistas de olas grandes más influyentes del globo. Pero a pesar de los muchos títulos mundiales, él considera que su mayor logro es poder enseñar e inspirar a otros a vivir como responsables cuidadores del planeta.
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