Navegando la tormenta

Nico Favresse / / 7 min de lectura / Climbing

Cómo las peores condiciones de escalada pueden sacar lo mejor de cada uno.

Todas las fotos por Drew Smith.

La escena reflejada en el lente de Drew confirma lo absurda que es nuestra situación: Siebe tiembla en una reunión aérea. Lleva más de una hora esperando para asegurarme. Puedo ver a Sean también. Al igual que yo, está tratando de raspar el hielo de una fisura congelada. En vez de escalar, me encuentro martillando con un sacashock. Hemos estado en esta pared por once días; los últimos siete esperando que mejore el tiempo. Nos encontramos en la Patagonia, en el largo 23 de Riders on the Storm, y aún tenemos un duro trayecto por encima. A estas alturas ya empiezo a preguntarme si nuestra única posibilidad de completar la ruta en libre depende de cuánto estemos dispuestos a sufrir. Llegado a este punto, golpeo el hielo más para conservar el calor que para limpiar el largo. ¿Qué hago aquí?

Llevo un par de décadas escalando, pero esta es la primera vez que decido hacerlo en tales condiciones. La temperatura está bajo cero. El viento aúlla. La roca se encuentra repleta de hielo. Apenas puedo sentir mis dedos dentro de los guantes, por no hablar de mis pies, que no siento en lo absoluto. Al mismo tiempo, la idea de quedarnos varados en nuestros portaledges por otros dos días debido a la tormenta que se avecina me convence de que no perdemos nada con intentarlo.

Repaso en mi mente cada uno de los movimientos y piezas de protección necesarias para el próximo intento, preparándome para cada riesgo posible. Trato de llenarme de optimismo, pero el tiempo, la exposición y el silencio de mis compañeros hacen que mis dudas vayan creciendo.

“Tras años visitando las Torres del Paine, aún sigo experimentando la misma sensación al observarlas”, dice Nico. “¡Qué lugar!”.

Nico, Sean y Siebe Vanhee (que no aparece en la foto) se abren camino hacia la ruta. “Mientras más me acerco a las torres, más pequeño me siento”, dice Nico.

Recuerdo muy bien haber visitado este mismo lugar hace casi dos décadas. En aquel entonces no tenía la menor idea de que aquella vivencia marcaría mis siguientes dieciocho años de escalada. Era solo un veinteañero cuando me lancé a escalar mi primera gran pared alpina. Me sentía como un niño en una tienda de dulces; hambriento de aventura, pero con poquísima experiencia. Ahora soy un hombre casado de más de cuarenta. Mi forma de escalar ha mejorado en muchas formas, pero también he presenciado las graves consecuencias de los errores de juicio y de los muchos peligros propios de la montaña que pueden surgir en lugares de este tipo.

No puedo decir con seguridad si en ese entonces tenía menos conciencia de lo que podía pasar o si solo tenía menos miedo de salir lastimado, pero al estar de vuelta aquí después de tanto tiempo puedo notar que ahora pienso mucho más en las consecuencias que antes. Aceptar retroceder me resulta mucho más fácil que en aquella época. Gracias a todas esas poderosas experiencias que viví escalando grandes paredes por el mundo, logré conseguir una vida que amo, una que temo perder más que en otros tiempos.

Mientras raspo la nieve y el hielo acumulados en los agarres del largo 23, me pregunto, “qué hago aquí?” Nunca antes había considerado escalar en libre a un nivel tan complejo y en condiciones tan frías.

Ahora estamos de vuelta en Riders on the Storm, tratando de completar el primer ascenso en libre. Recuerdo que este largo en particular era bastante difícil; hay que escalar a través de fisuras muy delgadas para superar un perfecto escudo dorado de granito en la zona más empinada de la pared. Es la única forma de alcanzar la parte superior de la ruta, y es muy complicado liberarlo. Cada agarre es crucial en una escalada bastante limpia y una exposición de 800 metros de aire sobre el magnífico paisaje patagónico; justo mi definición de un largo perfecto, al menos cuando no estoy raspando hielo.

Siento mucha presión al pensar en que las escasas posibilidades que tenemos de avanzar hoy dependen de mí. La actitud estoica de Sean me dificulta descifrar sus emociones. ¿Todavía creerá que vamos a lograrlo durante el día? Me imagino ejecutando movimientos difíciles, con las manos desprotegidas sobre la fisura helada. Un deslizamiento de hielo en polvo rellena todos los agarres que recién limpie; ya no puedo seguir ignorando lo desalentadora que es la situación. “Qué extremo”, es lo único que logro decir.

El largo 23 es mi definición de un largo perfecto; parece que cada agarre estuviese dispuesto para crear un camino mágico hacia la parte superior de la pared.

Sean voltea hacia mí y simplemente responde: “Ya estamos aquí. Tenemos que intentarlo. Hacerlo en buenas condiciones”. Luego sigue limpiando.

Tenía razón. El seguir cuestionando lo que hacíamos no tenía sentido. Tal vez al expresar mis dudas buscaba un poco de compasión, pero Sean sabía que en ese momento la empatía podía llevar fácilmente a dudar demasiado. Necesitábamos mantenernos fuertes a nivel mental. Solo debía apagar mi cerebro y continuar raspando hielo, de modo tal que cuando llegase el momento de continuar escalando, si es que llegaba, estuviésemos listos. No había razones para creer que el frío cesaría o que el viento amainaría. Pero aun así estábamos mucho mejor allí que varados en nuestros portaledges durante un día más.

Durante años me he preguntado de dónde viene mi motivación para salir de mi zona de confort. Si estuviese solo, seguramente ya me hubiese rendido. Pero al estar acompañado puedo dar lo mejor de mí, porque sé que todos compartimos el mismo sueño.

Sean queda atrapado por el clima en el largo 4 de Riders on the Storm.

Dos horas después, el largo por fin está lo suficientemente limpio para intentarlo. Me preparo practicando los movimientos por última vez en top-rope, tratando de que mis dedos se entumezcan tanto como sea posible. Es la mejor manera que he encontrado de sacarles el máximo provecho en condiciones de frío extremo. El dolor es tan intenso cuando la sangre vuelve a ellos que siento que voy a vomitar. Pero pronto la sensación pasa y parece que podrán resistir un poco más entumecidos. Al repetir la secuencia del crux varias veces, comienzo a notar que los agarres se humedecen un poco y que el viento comienza a amainar, lo que me brinda un poco de la esperanza que necesitaba.

Bajo con rapidez hacia el anclaje en donde Siebe me espera. Cada quien toma posición mientras reviso el rack, ensayando cada movimiento de la ruta en mi mente. Al soltarme del anclaje siento los latidos de mi corazón vibrar por todo el cuerpo. Estoy tan emocionado que al principio tiemblo, pero al avanzar voy afinando el ritmo y me dejo llevar.

Reorganizando las cuerdas en la reunión antes de continuar. Es importante asegurarse de que todo esté listo para la tormenta que se avecina, así nuestro equipo se mantiene en buen estado.

La roca está helada, pero escalo con rapidez, realizando cada movimiento tal como lo practiqué. Las puntas de mis dedos comienzan a entumecerse al llegar a la secuencia del crux. De pronto siento el mérito que tienen mis treinta años de experiencia en escalada, justo al enfrentar este desafío, que ahora mismo parece el más difícil de todos. Percibo la energía de Siebe, Sean y Drew, acompañándome en este ascenso. Voy perdiendo la sensibilidad de los dedos, pero trato de compensar la situación exprimiendo toda la energía de mi cuerpo. El agarre clave del último movimiento difícil se encuentra otra vez lleno de nieve, pero aun así clavo los dedos y doy todo de mí. Es como si fuese un milagro; sigo colgado con la punta de mis dedos, incapaz de sentir nada. Desde allí, un diedro fácil me conduce a la zona superior del largo. El alivio invade mi cuerpo al cliperar el anclaje. Todavía me quedan dieciocho largos por delante, pero choco las palmas con Sean y Drew en la reunión, mientras Siebe grita desde abajo para felicitarme. Fue mi turno de puntear, sin embargo, los chicos están tan felices como si hubiese sido el suyo, y de cierta manera también lo fue, lo que vuelve esta experiencia mucho más gratificante.

Nico Favresse, Sean Villanueva O’Driscoll y Siebe Vanhee completaron el primer ascenso en libre de Riders on the Storm. Les tomó dieciocho días, desde el 24 de enero hasta el 10 de febrero de 2024. El siguiente ensayo fotográfico captura los momentos clave del ascenso.

Son las 11:00 pm y por fin estoy de vuelta en el refugio mientras cae la tormenta. Fue un largo día de lento progreso vertical y ya puedo oler la cena dentro del portaledge. Estoy impaciente por entrar, pero antes necesito retirar el equipo de mi arnés.

Sean durante su trayecto matutino.

Todo estaba frío y congelado, pero sabíamos que el clima podría empeorar en los próximos días, así que decidimos intentar avanzar.

Una extraña y mágica mañana en la que sí salió el sol. Sean se prepara para el siguiente desafío.

Cuando afuera el cielo parece venirse abajo, no hay mejor lugar que el interior de uno mismo.

Sean en el último largo del crux de Riders on the Storm; una hermosa fisura desplomada en el largo 30. El único obstáculo es que está muy alta y las condiciones de escalada casi nunca son favorables. Si hace mucho frío no se puede escalar, pero si hace mucho calor la fisura se transforma en una pequeña cascada.

Sean quería intentarlo, a pesar de que sabíamos estaría demasiado frío. Debían hacer al menos cinco grados bajo cero, por lo que tratábamos de permanecer cálidos en la reunión. Sean había avanzado tan solo unos metros cuando lo escuchamos gritar, luchando contra sus manos y pies, entumecidos por completo. Sus gritos eran cada vez más fuertes, como si estuviese peleando por su vida. Poco después terminó por caer. Solo entonces pudo aceptar que las condiciones eran demasiado frías.

Sean ensangrentado y un poco decepcionado después de una dura batalla por escalar a vista la empinada fisura 7c del largo 31. Se había roto el codo seis semanas antes y todavía sentía que no había recuperado del todo su resistencia.

Equipo de los primeros ascensionistas. Kurt Albert, Bernd Arnold, Norbert Bätz, Peter Dittrich y Wolfgang Güllich escalaron Riders on the Storm por primera vez en 1991, su graduación original fue VI 5.12d A3.

La vida es sencilla en una pared. Solo consiste en dormir, escalar, comer, hacer tus necesidades, leer y escuchar música. ¿Qué más se necesita?

Rapeleando desde la cumbre. Dado que la ruta está en la cara este de las torres, esta fue una de las poquísimas veces en las que pudimos apreciar sus sombras. El clima siempre viene desde el oeste, por lo que la sombra anunciaba buen tiempo por delante.

Perfil del Autor

Nico Favresse

Nico Favresse, nacido en Bélgica, es embajador de Patagonia. Durante veinticinco años ha fusionado su pasión por la música con la escalada, lo que lo ha llevado a superar sus límites en algunas de las paredes más grandes y remotas del planeta (y también a encontrar algunas de las mejores condiciones acústicas para su música).