Mirror Wall, la pared como un espejo
Sean Villanueva O’Driscoll / / 7 min de lectura / Climbing, Culture, Hiking, Planet, Sports
Dándole una oportunidad al fracaso en Groenlandia.
Todas las fotos por Ben Ditto.
Pies de foto por Sean Villanueva O’Driscoll.
Es difícil soltar. Recién habíamos cubierto la mitad de una ruta larga sobre una pared de más de 1.200 metros, pero sentíamos que nos quedaba poco para completarla. Un sistema de fisuras bastante obvio, a solo unos 30 metros sobre nosotros, parecía conducirnos hacia la cumbre. Sin embargo, allí terminaba todo. Así es este juego. No había nada más que intentar.
Nuestra expedición había comenzado dos meses antes. La cordada consistía en Nicolas Favresse, con quien he tenido aventuras por más de veinticinco años; el fotógrafo de escalada Ben Ditto, quien nos había acompañado en dos de nuestras excursiones anteriores de navegación y pesca; Franco Cookson, un valiente escalador sin experiencia navegando o ascendiendo grandes paredes, pero que aun así mostraba mucho entusiasmo por intentarlo; y yo. Preparamos el bote durante siete días en Escocia, luego pasamos otros dieciséis navegando (la mayor parte conmigo vomitando), cinco en las islas Feroe, aguardando que pasara una tormenta, catorce en Islandia, a la espera de que se retirara el hielo en el este de Groenlandia, diez caminando de un lado a otro, transportando cargas pesadas por morrenas interminables y glaciares traicioneros y, finalmente, otros nueve escalando hasta el cansancio, tanto a nivel físico como mental, luchando contra roca suelta, peligrosos skyhooks y runouts enormes.

El Cornelia, de 14 metros de eslora, se abre camino a través de un laberinto de hielo tras cruzar el estrecho de Dinamarca. Fue mi cuarta expedición de navegación y escalada a Groenlandia.
Nuestro objetivo era la Mirror Wall, un gigante escudo de granito resplandeciente que se erige imponente sobre un mar de hielo, en las profundidades del fiordo Scoresby Sund, hacia la costa este de Groenlandia. A pesar de que el camino fue largo, demandante y trabajoso, disfrutamos cada segundo.
Fue asombroso haber llegado tan lejos. Hubo muchos momentos de incertidumbre en los que estuvimos muy cerca de abandonar. Era apenas el primer día de caminata hacia la Mirror Wall cuando un gran bloque de granito se deslizó por debajo del pie de Nico, mientras avanzábamos serpenteando entre empinadas ondas de grises acarreos y paredes de hielo opalescente. Cayó a un estanque de agua helada, del que salió con un corte profundo en la parte superior de la canilla. De haber ocurrido en cualquier otro sitio, la herida habría sido algo menor; se habría solucionado con algunas puntadas para luego dejarla sanar. Sin embargo, en aquel lugar, a días de distancia del centro de salud más cercano, la posibilidad de infección era algo serio. Nico había dedicado mucho esfuerzo a preparar este viaje y ahora parecía que la expedición había terminado, incluso antes de haber visto la Mirror Wall. No obstante, aceptó su destino con buena voluntad y retornó al bote para recuperarse, mientras el resto de nosotros continuaba transportando equipo y comida hacia la base de la pared. Diez días después, cuando ya estábamos listos para comenzar el ascenso, la herida de Nico pareció haber mejorado bastante, por lo que decidió que valía la pena arriesgarse a acompañarnos. Pero tras dos jornadas de trabajo intenso, subiendo pesadas cargas de casi 100 kilos por la pared, el corte comenzó a presentar signos de infección, por lo que se vio obligado a tomar antibióticos y a evitar esfuerzos, teniendo que quedarse en el portaledge del campamento aéreo cocinando, leyendo y tocando música.

Aquí estamos en el campamento base avanzado, haciendo reconocimiento del glaciar bajo la Mirror Wall. Sentí que una chispa se encendió en mi pecho al ver la pared por primera vez.
El resto de nosotros continuó luchando por progresar con lentitud. Fueron varios días de compleja identificación de la ruta que se sentían como partidas de ajedrez de nueve horas para avanzar tan solo 40 metros. Tras superar algunas de las secciones más selladas de la pared, por fin llegamos a un diedro orientado hacia la derecha, uno de los poquísimos elementos distintivos de la primera mitad de la cara. Esperábamos que fuese un ascenso sencillo, pero en vez de eso el diedro estaba completamente sellado, por lo que no había posibilidad de utilizar pitones ni clavos, además la roca estaba desconchada y arenosa. Me abrí camino hacia arriba por unos 20 metros haciendo fricción con mis manos y pies contra los lados del diedro. Con cierto escepticismo coloqué un skyhook en un borde afilado y, aguantando la respiración, fui agregando peso con lentitud.
El tiempo siempre parece detenerse cuando un skyhooks está involucrado. Existe la posibilidad de que el enganche sea exitoso y quedes colgando como un saco de papas, pero también puede suceder que rebote o que el borde de la pared se rompa y salgas volando por los aires. Esta vez, funcionó. Tras quedar colgado de un punto de contacto en un borde de 4 milímetros de ancho, coloqué el taladro de mano contra la superficie de la roca y comencé a golpear con el martillo. Una hora después pude clipear una cuerda a la seguridad de una chapa.
Podía ver una laja a en la que empotrar un fisurero cuatro metros por encima. Así que seguí subiendo, presionando contras las paredes, con roca arenosa crujiendo bajo mis pies. Fue un ascenso precario e inseguro, en el que lo único que podía hacer era seguir impulsándome hacia arriba, alejándome cada vez más de la chapa. La laja estaba cerca, pero aún fuera de mi alcance, hacia mi derecha. Examiné la superficie.
“Dame algo”, pensé. “Un borde, una saliente, un cristal, cualquier cosa”. No había nada.
Sin posibilidades de avanzar hacia la derecha, continué subiendo, más lejos aún de la laja y de la chapa. Gruñendo para sacar valor, seguí empujando más y más hacia un mar de incertidumbre hasta que, paralizado por el miedo, sentí que no podía continuar. Mis pantorrillas suplicaban, mi cuerpo entero temblaba. Miré hacia arriba, ya no había más nada que alcanzar. Luego hacia abajo, la chapa estaba muy lejos. Poco después me encontré gritando mientras volaba por los aires hasta que la cuerda me atrapó, unos 10 metros más abajo.

El camino era tan mágico como la pared. En algunas zonas sentía que estaba dentro de una pintura de Salvador Dalí.
Traté de completar la sección durante dos días, sufriendo siempre aterradoras caídas. En una de ellas terminé golpeando la pared con el pie derecho hiperextendido, por lo que mi tobillo quedó hinchado y azul. Por suerte, el impacto no me provocó más que un poco de dolor, sin llegar a debilitarme. Intenté también algo de escalada artificial, pero los bordes se rompían apenas trataba de poner peso en el skyhook. Los copperheads se negaban a adherirse a la roca suave y arenosa, mientras que los peckers solo rebotaban. Nos estábamos quedando sin alternativas.
“Tal vez si hubiera puesto dos chapas seguidas podría alcanzar la laja”, pensé. O tal vez seguiría fuera de alcance y tendría que utilizar una tercera. También era posible que un poco más arriba hubiese otra sección en blanco, sin nada de donde agarrarse, más grande que la anterior, y tendría que valerme de una escalera de chapas incluso más larga. No lo sabíamos.
Siempre hemos tratado de no recurrir a las chapas cada vez que podamos hacerlo. Completamos la mayoría de nuestros primeros ascensos sin ellas. Pero, a pesar de que existen ángulos y salientes para escalar en libre en la Mirror Wall, en su mayor parte no hay fisuras; la protección natural es muy limitada. Sabíamos que tendríamos que utilizar chapas para llegar a la cumbre.
En un ensayo llamado “The Murder of the Impossible” (El asesinato de lo imposible), publicado en 1971, Reinhold Messner escribió: “Una combinación de chapas y determinación personal puede llevarte donde tú quieras”. Con una escalera de chapas, cada una al alcance de la mano, se puede superar incluso la más lisa de todas las caras. Sin embargo, para nosotros no tenía sentido forzar una ruta ilógica en una pared como esta. Estando en la base de la Mirror Wall decidimos que no colocaríamos una chapa seguida de la otra. Debía existir cierta distancia entre ellas, con algunos tramos de difícil escalada artificial o en libre. Tal vez esto era un poco subjetivo e incluso condicionado a las habilidades, fuerza y valor de cada uno. Pero se debe establecer un límite si no se quiere asesinar lo imposible. De alguna manera, lo imposible es lo que hace que escalar valga la pena; me refiero al hecho de que no podrás escalar todas las paredes, sino que algunas te mantendrán soñando.
La escalada, al igual que la vida misma, es un juego con valores; a veces arbitrarios, nada más que convenciones, todas inventadas. Pero son esos valores los que le confieren su esencia. La cumbre no debe ser lo más importante. Has de mantener el desafío vivo. Pero también tienes que darte la oportunidad de fracasar.

A la izquierda: mientras caminábamos por un estrecha quebrada durante el primer día de aproximación, escuché un fuerte chapuzón detrás de mí. Al voltear, vi que Nico había caído dentro de un profundo estanque de agua helada y que el peso de su mochila lo estaba hundiendo. Me preocupé de que se ahogara, pero logró emerger con rapidez. “OK, sigamos caminando para no pasar frío”, dijo. Un momento después lo escuchamos decir: “¡Rayos, estoy sangrando!”. El corte en su canilla llegaba hasta el hueso.
A la derecha: desde la costa hasta la base de la Mirror Wall son más de 30 kilómetros de glaciares repletos de grietas, desiertos arenosos y morrenas infinitas. Pasamos alrededor de diez trabajosos días buscando rutas para transportar nuestras pesadas cargas de equipo y comida, ida y vuelta de un sitio a otro.

La primera vez que nos paramos al pie de la Mirror Wall, quedamos perplejos por el desafío que se nos venía. Estaba claro que sería el ascenso más ambicioso que jamás hubiéramos intentado. No había sistemas de fisuras obvios, tampoco tramos de roca descompuesta y peligrosa fáciles de identificar, solo un escudo de granito grande, empinado y limpio. Habíamos soñado con esa pared durante meses, además nos había tomado mucho tiempo y esfuerzo llegar allí. No íbamos a retroceder. Con una combinación de miedo y emoción, nos comprometimos a una línea. Es mejor vivir con la valentía de haberlo intentado que con miedo a fracasar.

A la izquierda: preparándonos para otro día de exploración vertical. La Mirror Wall da hacia el norte, además está en el Ártico, por lo que hace el doble de frío.
A la derecha: el punto más alto. Después de haber ascendido más de 300 metros de roca sellada y sin agarres, llegamos a este callejón sin salida; un diedro que resultó demasiado difícil para nuestras habilidades de escalada artificial y en libre. Estábamos a casi 30 metros de un sistema de fisuras que parecía conducir a la cumbre. Pero no queríamos valernos de una escalera de chapas, por lo que fue el momento de soltar y retirarnos.

A la izquierda: un descanso después de haber colgado del arnés durante nueve horas. En la parte inferior del centro de la foto se pueden observar nuestros portaledges color rosa y amarillo, 300 metros más abajo, instalados junto a una saliente a casi 400 metros de la base. Todos los días fijábamos cuerdas estáticas desde allí y ascendíamos por ellas hasta nuestro punto más alto, luego nos esforzábamos por superarlo, para terminar la jornada descendiendo sin haberlo logrado.
A la derecha: nuestro intento por completar la Mirror Wall consistía en una combinación de difícil escalada artificial y en libre. Aquí estoy haciendo un nido de pitones antes de lanzarme a una compleja sesión en libre.

Un momento de descanso y recuperación. Nuestra banda improvisada estaba conformada por Nico en la guitarra, Franco en los cantos budistas y yo en la flauta irlandesa.

A la izquierda: las expediciones anteriores se habían valido de helicópteros para su aproximación. Sin embargo, nosotros llegamos en bote y recorrimos el valle por diez días antes de encontrar una ruta.
A la derecha: Nico Favresse, Ben Ditto, Franco Cookson y yo pasamos diez días en la Mirror Wall antes de decidir que lo imposible triunfase esta vez.
Perfil del Autor

Sean Villanueva O’Driscoll
Sean Villanueva O’Driscoll está convencido de que no eligió escalar, sino que la escalada lo eligió a él. Considera que su primera expedición a la Patagonia fue un evento crucial en su vida, pues se sintió plenamente conectado con las fuerzas de la naturaleza y con la aventura de estar vivo. La escalada le enseña a vivir al máximo y le demuestra que puede hacer todo aquello que desee siempre que se lo proponga.
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