La ola bajo el conejo dormido

Kyle Thiermann / / 11 min de lectura / Surfing

Conoce al hombre que trabaja por salvar Punta Conejo en México.

Todas las fotos por Ryan “Chachi” Craig.

Uriel Camacho inventó el deporte del bodysurf. O al menos eso creía.

Sucedió antes de que Salina Cruz, una ciudad al límite del sureño estado de Oaxaca, en México, se convirtiera en un destino internacional para el surf. Antes de que sus puntas de fondo arenoso coparan las páginas de revistas. Antes de los campamentos todo incluido, de las camionetas 4x4 y de los vuelos directos repletos de fundas para tablas.

Hace treinta años, Camacho no tenía idea de cómo surfear una ola. Un día pataleó hasta una de ellas y aprendió a nadar por su cuenta. “Hola, hola, ¿cómo estás?”, gritó al océano. “No me vayas a ahogar”.

“Un día, corrí una ola”, me cuenta con el brazo extendido hacia adelante. “Pensé que era el primero en hacerlo”.

Camacho, a sus cuarenta y cuatro años, dirige el Luna Coral Soul Surf, un campamento bautizado en honor a sus dos hijas. Es un hombre fornido, con el cabello oscuro recogido en una larga coleta, de piel tostada por el sol, nariz aguileña y marcadas líneas de expresión producto de trabajar casi todos los días como guía de surf durante los últimos 13 años, bajo el intenso sol de Oaxaca.

Me relata esa historia relacionada con el bodysurf mientras bebe mezcal en la mesa de su comedor. Ya está oscuro y recién llegué del aeropuerto. Tan pronto como llevo mi equipaje a la habitación, me exige que nos tomemos un trago para celebrar por la marejada que llegará en dos días más; la más grande del verano. Brindamos, “¡salud!”.

Camacho alaba a los manglares. El puerto que pretenden construir atravesaría esta zona y afectaría negativamente los fondos de arena de Salina Cruz.

Conocí a Camacho un mes antes en el norte de California. Los dos asistimos a una reunión organizada por Save The Waves Coalition, una organización ambiental sin fines de lucro que protege los ecosistemas de surf. “Visítame cuando quieras”, me dijo, seguramente pensando que no le cobraría la palabra.

El campamento de surf de Camacho está ubicado en la zona trasera de Punta Conejo, una punta derecha que bordea una montaña cubierta de arena que parece un conejo dormido. Tierra adentro desde Punta Conejo hay manglares; un sediento bosque de árboles y sistemas de raíces visibles que albergan una pequeña industria de pescadores recolectores de camarones, que lanzan sus redes a lo largo de estas aguas tranquilas y sin viento.

Más allá de los manglares se encuentra Salina Cruz, una ciudad portuaria de más de 80.000 habitantes, con un puerto para buques de transporte internacional recién terminado, la mayoría de las naves está destinada al petróleo. Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, planea expandir este complejo. Al hacerlo destruirá Punta Conejo, arrasará miles de hectáreas de manglares para dar sitio a buques petroleros y reubicará a Camacho y a su familia, así como también a cuatro comunidades que habitan en los alrededores y otros campamentos de surf situados en el área de Playa Brasil.

Camacho está en una misión por detenerlo.

Está trabajando junto a Save The Waves, Unión de Surfistas y Salvavidas de Salina Cruz, Wildcoast y otros grupos conservacionistas para que Punta Conejo, Punta Chivo y Escondida sean designadas como áreas naturales protegidas.

Arruinar la playa más consistente de Salina Cruz con un mar de cemento acabaría también con la industria camaronera y con los delicados ecosistemas que rodean la rompiente. Justo al norte de Playa Brasil, el nuevo proyecto destruiría el lugar de cría y eclosión de las vulnerables tortugas laúd y golfina, autóctonas de la zona.

Por desgracia, en México ya se han destrozado spots de surf de categoría mundial en el pasado. Para la década de los 70 existía en el país una rompiente llamada Petacalco, considerada la versión mexicana de Pipeline, en Oahu; esta pudo haber generado cientos de millones de dólares en turismo relacionado con el surf a lo largo de los años, pero fue destruida. Gerald Saunders escribió acerca del tema en The Surfer’s Journal: “Debido al cañón submarino ubicado al sur y a la construcción de represas y embarcaderos en el río Balsas, unos cuantos kilómetros al norte, no había forma posible de reponer los bancos de arena con la misma rapidez con la que las crecientes marejadas los eliminaban. Lo que podría haber sucedido en el transcurso de varios años más, ocurrió literalmente de la noche a la mañana; Petacalco dejó de existir”.

El 2 de junio de 2024 el presidente Andrés Manuel López Obrador se postulará a la reelección, lo que significa que podría intentar impulsar rápidamente el proyecto de Punta Conejo, antes de que el sitio sea designado como área natural protegida. Esperemos que reconozca cuán injusto es este proyecto y que los activistas logren hacerlo comprender que la playa es una valiosa atracción turística que es mejor preservar.

“Están locos”, afirma Camacho mientras sacude la cabeza tras informarme del problema.

Su humilde autor corre una ola desde arriba en Punta Chivo.

A la mañana siguiente empacamos nuestras tablas y las montamos en la todoterreno color negro de Camacho, oxidada por la sal, para conducir hacia Punta Conejo, a diez minutos de distancia. Avanzamos por un camino de tierra pasando cabras, basura quemándose y cactus con púas tan grandes como para empalar a un hombre. Camacho activa el 4x4 y nos deslizamos por la arena en dirección a la punta.

Otros cinco vehículos ya están en el lugar, hay surfistas alrededor vestidos con playeras musculosas y trajes de baño, mientras unas olas pequeñas se acercan a la costa. Es una lástima; parte de la razón por la que vine es para informar con respecto al puerto que pretenden construir en la “mundialmente famosa” Punta Conejo.

“No hay arena”, dice Camacho volteando hacia mí. Es septiembre, el final de la popular temporada de surf en Oaxaca y los vientos del sur han erosionado el banco de arena de Conejo. Observamos un poco más y decidimos visitar la siguiente parada, unos cuantos kilómetros al norte: Punta Chivo, la que lleva ese nombre porque la roca ubicada al final de la punta se parece a una cabra.

Las cosas están mejor allí. Al menos los profesionales hacen que así parezca, con sus camarógrafos protegidos bajo toldos, junto a las camionetas, capturando cada ola en alta definición. Además, la cuadrilla de guías de surf sabe que a las 10:00 a.m. los asistentes tendrán sed, así que abastecen las hieleras con agua, electrolitos y cerveza. Hoy los campamentos de surf tienen su programa en marcha. No paso por alto la eficacia de toda esta experiencia mientras encero mi tabla para la primera sesión.

A pesar de que esta escena repleta de atenciones y cuidados no se asemeja a la ruda experiencia de abrirse camino que tuvo Gerry López en los 70, estas multitudes podrían ser el arma “no tan secreta” para detener la expansión del puerto. El número de vuelos hacia el aeropuerto principal de Salina Cruz, en Bahías de Huatulco, casi se ha cuadruplicado desde 1997, pasando de 123.000 a 452.000 pasajeros al año. Si la comunidad internacional de surfistas llama la atención lo suficiente y el gobierno mexicano comienza a considerar estas playas como las fuentes de ingresos multimillonarios que son, el proyecto podría cancelarse.

Después de surfear en Chivo durante unas horas, Camacho y yo nos sentamos en las sillas de playa y destapo una cerveza fría; son las 10:00 a.m. y me parece correcto hacerlo. Mientras bebo, Camacho me habla sobre Salina Cruz antes de las multitudes, el turismo y los medios de comunicación.

Cuando él era joven, las puntas estaban vacías. Había rumores sobre uno que otro surfista desconocido proveniente del extranjero, pero nunca vio a ninguno. Ni siquiera sabía que este deporte existía o que esas olas que aprendió a correr con el cuerpo valdrían millones para el turismo gringo unas décadas después.

Como surfista, la motivación se mantiene en alto cuando uno de los mejores point breaks del mundo rompe en tu patio trasero. Camacho no es la excepción.

Cuando tenía 18 años, Camacho tomó un bus cuatro al norte horas con destino a Puerto Escondido para trabajar en una fábrica. Allí se enteró de que, en realidad, él no había inventado el bodysurf.

“¡Estaban practicando mi deporte!”, gritó Camacho después de observar a un bodysurfista deslizarse por la cara de una ola en el famoso beachbreak.

En Puerto Escondido también vio a otros surfistas. Qué deporte tan extraño; nadadores sobre fibra de vidrio y espuma, erguidos, tragados por oscuras olas en el océano para luego reaparecer intactos, con las manos sobre la cabeza en un gesto de asombro y emoción.

Sabes que estás en buena compañía cuando tu guía de surf tiene este estilo.

Poco después Camacho visitó una feria de las pulgas. Según cuenta, no buscaba nada en particular. Estaba paseando cuando de pronto apareció. La multitud se dispersó y pudo verla a la distancia. Se abrió paso entre la masa, se acercó, regateó y la compró. Se llevó esa vieja tabla 7’0″, de una sola quilla, a Salina Cruz, en donde se reunía en la playa con sus amigos, en Punta Conejo, y se turnaban para montarla. Ahí fue donde aprendió a surfear por su cuenta.

A comienzos de la década del 2000 aparecieron más surfistas gringos. En 2006 el concurso Rip Curl Search revolucionó Barra de la Cruz y se corrió la voz de que existían innumerables puntas en el sur de México. Durante algunos años los medios de comunicación asociados al surf no mencionaron Salina Cruz ni en fotos ni en videos; en los títulos solo se leía “México”. Pero poco a poco la discreción se fue acabando. Los lugareños publicitaban campamentos de surf y establecían reglas: “Si quieres surfear aquí, tienes que pagar”. Amenazaban a los gringos que no lo hacían. A los fotógrafos les cobraban extra.

“¿Qué les dirías a aquellos que piensan que el océano es para todos?”, le pregunto a Camacho.

“Amigo, tenemos que cobrar”, responde. “Mira el caso de Puerto Escondido, los lugareños ya no tienen terrenos cerca de la playa”.

Oaxaca es uno de los estados más pobres de México, y los surfistas gringos con suficientes ingresos para viajar allí probablemente ganen más en un mes que la mayoría de los lugareños en un año. Además, los campamentos de surf no se quedan con todo el dinero, pues el turismo de surf ayuda a sustentar la comunidad; pagan un tipo de “membresía” a las distintas subcomunidades cercanas a cada playa. Estas, a su vez, deciden en qué invertir ese ingreso: un camino nuevo, un colegio, o un centro médico, etc.

Tras pasar el día en Chivo condujimos de vuelta para cenar en casa. Linda, la esposa de Camacho, nos prepara unos tacos de pescado fresco. Lleva una camiseta de Pink Floyd y creo que es la persona más simpática que he conocido. En las paredes del comedor hay fotos de cada playa en su mejor momento, también una tabla de surf firmada por Felipe Toledo, campeón de la Liga Mundial de Surf y antiguo huésped de Luna Coral.

Kyle Thiermann le da una probada a uno de los cocteles más finos de Oaxaca.

La ventana comienza a temblar.

Dejo el tenedor sobre la mesa, preguntándome si se trata de un terremoto. Un minuto después tiembla de nuevo.

“La marejada llegó”, me dice Camacho sonriendo. Playa Brasil, un closeout atronador al norte de Punta Conejo, está haciendo temblar las paredes. “Mañana surfeamos Escondida”.

Kyle surfea a toda velocidad.

Escondida es la favorita de Salina Cruz. Seguro la has visto en revistas de surf, en publicidades de trajes de baño y en los reportajes sobre marejadas en Surfline. Es un vórtice hueco con fondo de arena, tan grueso como alto. La playa tiene como telón de fondo un dramático acantilado, dorado a la luz de la mañana, con cactus aferrados a los bordes. A diferencia de otras puntas en Salina Cruz, cuyas velocidades pueden variar, Escondida solo tiene una: la de un Ferrari por la carretera. La arena se acumula a lo largo del acantilado y, durante grandes marejadas, las olas aceleran sus motores. En sus mejores días, Escondida cuenta con tres secciones de tubo; la última es la más gruesa y se cierra en un mortero de arena poco profundo. Si un surfista no consigue salir, su mejor esperanza es impactar contra el fondo con la parte de su cuerpo que tenga menos probabilidades de quebrarse.

A la mañana siguiente conducimos a Escondida. Incluso antes de llegar, puedo sentir el aroma de la sal y la bruma resultantes de la erupción de las olas turbulentas; la marejada está en el aire. Al llegar, vemos camionetas estacionadas en una delgada línea entre la playa y la selva. Me bajo del vehículo y, al igual que el resto de los surfistas, trato de lucir estoico y poco impresionado, mientras las mejores olas que he visto en un año azotan la punta. La sección interior es letal, las aguas turbulentas se levantan hasta los 4,5 metros. En la orilla, un pescador trata de lavarse las manos al mismo tiempo que las corrientes se precipitan hacia él, golpeándolo en las rodillas, casi succionándolo hacia el interior. “¡Hey, peligroso!”, le grita un guía de surf y el hombre se esfuerza por salir de allí, completamente empapado.

A diferencia del resto de nosotros, Camacho no intenta ocultar su emoción. Ya está encerando su tabla, así que hago lo mismo. Esperamos un momento de tregua, remamos a toda velocidad y montamos tubos durante los siguientes tres días.

Escondida es el tipo de playa que hace temblar las ventanas, los huesos, las tablas y cualquier otra cosa en su camino.

No recuerdo haberme quedado dormido durante aquellas noches, simplemente caía agotado y luego amanecía. Engullo bananas y café negro, surfeo hasta el cansancio y repito la secuencia al día siguiente. Todo mi quiver está averiado, cortesía de la tercera sección de Escondida. Mis endorfinas están disparadas, mi rostro quemado por el sol, mi cabeza estúpidamente feliz. Durante el peak de la marejada, nuestro fotógrafo “Chachi” captura a Camacho de pie, con mucha confianza, dentro de un tubo. Pero en medio del frenesí y la emoción, no puedo evitar sentirme triste.

Punta Conejo es la punta más meridional de Salina Cruz, Chivo es la siguiente. Escondida queda justo después. La migración de la arena es lo que hace que cada una de ellas funcione, y es muy probable que la expansión del puerto transforme las tres playas en vestigios del pasado. Por muy duradero que parezca un agitado tubo mientras se está agachado en su interior, su poder depende de una delicada sinfonía de millones de granos de arena moviéndose libremente por todo el lecho marino y asentándose durante la temporada de surf, sin que el cemento sea un obstáculo.

Para el último día del viaje, Camacho sugiere visitar Punta Conejo una vez más. La marejada ha desplazado la arena y las condiciones pueden haber mejorado. Conducimos desde Luna Coral, subiendo por Playa Brasil hacia la parte trasera de Conejo. La marea aún está demasiado alta, pero el banco de arena mejoró y están llegando muy buenas olas a la punta.

“Conejo nunca decepciona”, dice Camacho con orgullo.

Probablemente sea hora de una cerveza bien fría.

Antes de surfear me pregunta si quiero echar un vistazo desde la cima del conejo dormido. Caminamos unos diez minutos, hundiendo los pies en la arena y la hiedra. La cima del Conejo ofrece una vista en 360 grados; podemos observar su campamento de surf, la playa, los manglares y los buques de carga mar adentro. Incluso podemos ver Chivo y Escondida.

“¿Cómo se te ocurrió ponerte en contacto con Save the Waves?”, le pregunto mientras estamos en la cumbre.

Me cuenta que se enteró de la existencia del grupo años atrás, así que les escribió un correo electrónico y ellos respondieron. Desde ese entonces el director de la organización y otros miembros del directorio han viajado hasta allí. Se están preparando reuniones con la comunidad y realizando peticiones online, también se está elaborando un plan; las cosas están de su lado. Tal vez Camacho se haya embarcado en este proyecto por la misma razón por la que corrió hacia el océano cuando era niño, zambulléndose bajo las olas y deslizándose luego por una de ellas con el brazo extendido; por la misma razón por la que compró una tabla de una sola quilla en esa feria de las pulgas y se enseñó a sí mismo a surfear; por la misma razón por la que remó hacia una ola reservada para los expertos durante la marejada más grande de la temporada, dominando tubos repletos de arena sobre aguas poco profundas.

Disfruta de todo esto y ojalá puedas protegerlo para siempre.

Nadie le dijo que no podía hacerlo.

Si quieres pronunciarte en contra del puerto que pretenden construir en Punta Conejo, firma la petición aquí.

Perfil del Autor

Kyle Thiermann

Kyle Thiermann es embajador de surf en Patagonia, presentador de podcast y periodista. Puedes seguir su trabajo aquí.