Hermanamigas de la nieve

Kennan Harvey / / 5 min de lectura / Snow

Esquiando en el Parque Nacional Banff con dos hijas adolescentes.

Un grupo de cuatro esquiadoras avanza metódicamente delante de mí a través del nevado campo de hielo de Wapta. Caminan en fila, encordadas. Cheryl y Nan, las madres, van en los extremos, mientras que sus dos hijas Roan y Sailor marchan en el centro. Como padre de Roan y esposo de Cheryl, decidí acompañarlas en esta excursión de cinco días de esquí en el Parque Nacional Banff (Canadá), con el objetivo de conseguir algunas fotos en el camino. Entre las nubes de tormenta, la ventisca arremolinada y la imponente oscuridad de las cumbres rocosas, nuestro camino avanza sobre una capa de nieve nueva con más de 12 centímetros de espesor y gélidas temperaturas que empiezan a arreglar lo que Roan llegó a describir como “el peor esquí de su vida”, durante una visita previa que fue golpeada por una ola de calor extremo que había llegado en marzo. Caminamos con las cabezas gachas, intentando avanzar un poco antes del almuerzo.

Estaba seguro de que no veríamos más adolescentes en el Wapta, ni siquiera en los concurridos sectores para fuera de pista de Colorado. Por lo general, Roan y Sailor son las únicas jóvenes que salen en busca de nieve polvo recién caída. Esquiadoras de backcountry desde el kínder (lo que solo fue posible gracias a unas fijaciones de esquí para niños importadas y modificadas por ellas mismas), ambas comprenden que nosotros no compramos nuestros descensos (eso es heliesquí), sino que nos los ganamos con nuestras piernas. Con el paso de los años, las chicas han aprendido a aceptar el esfuerzo necesario para alcanzar esa sensación del descenso que ellas mismas denominan “flotar sobre las nubes”, aunque para llegar a este punto ha habido bastantes sobornos con golosinas y muchas historias contadas durante los ascensos. Este viaje, sin embargo, desafiaría su tolerancia, pues esquiar con una mochila pesada en la espalda puede hacer que hasta el descenso se sienta cuesta arriba.

“Ahora son ‘cazadoras de powder’ y están convencidas de la necesidad de contar con un set de habilidades para desenvolverse en la naturaleza (la paternidad involucra un montón de esperanza)”.

Esa mañana, tras dejar el refugio de Bow Hut, tuvimos un alegre retraso al descubrir una cueva de hielo al pie del glaciar Bow que al quedar descubierta por el deshielo revelaba su interior oscuro, con matices curvos de un intenso color turquesa.

Eterno y pasajero. El equipo investiga una cueva expuesta por el derretimiento al pie del glaciar Bow. Analizamos con prudencia la idea de entrar a la caverna, cuyo suelo estaba cubierto por trozos de hielo. El cambio climático hace que este tipo de entornos sean mucho más impredecibles. Sin embargo, notamos que se asemejaba a un arco romano perfecto, lo que nos dio la confianza para investigar con rapidez. Foto: Kennan Harvey.

“Dios mío”, dijo Roan. “Estoy tocando capas de tiempos antiguos". A lo que Sailor agregó, tras una pausa: “Es mágico. Parece salido de una película. Puedo sentir el poder del hielo a mi alrededor”. Recorrieron el pequeño claustro con asombro, hipnotizadas por esta frontera metafórica de la existencia.

Sailor y Roan suelen bromear en cuanto al hecho de que se conocen desde el vientre materno. Nan tiene una foto muy significativa en la que Sailor, de tan solo seis meses, acaricia la panza embarazada de Cheryl, impaciente por la espera. Desde entonces, las chicas han desarrollado una gran amistad, al punto de parecer hermanas; es por eso que a Sailor se le ocurrió crear una nueva palabra para describir su relación: amihermanas.

“Ey, amihermana”. Le gritó Sailor a Roan mientras las nubes se disipaban por encima de la cordada, reemplazando la pesada penumbra por el fulgor de los rayos del sol sobre la superficie de la nieve recién caída. “¡Amo tu chaqueta!”.

El equipo avanza bajo el icónico pico Saint Nicholas en su camino hacia un paso elevado en el glaciar Bow. Tras varios días de tormenta, las nubes por fin comenzaron a retirarse y las montañas a despejarse. Sabíamos que nuestras jóvenes “cazadoras de powder” pronto comenzarían su búsqueda de líneas para esquiar. Foto: Kennan Harvey.

Roan lleva una chaqueta usada que Sailor le dio antes del viaje. La ropa heredada constituye una parte integral de la red familiar de Durango, por lo que fue recibida con orgullo. “Ahora hay recuerdos de ambas es esta chaqueta”, afirmó.

Usar ropa heredada también se trata de traspasar conocimientos acumulados hacia las generaciones más jóvenes. Mi madre trabajó como monitora para Outward Bound en los 60 y fue la primera persona que me llevó a la naturaleza. Por otra parte, en la universidad estudié a Rachel Carson, Aldo Leopold y me enamoré de las rocas. Siempre que volvía de excursiones grandes, exitosas o no, sentía que los desafíos que conllevaba vivir en sociedad parecían pequeños en comparación con estas; al menos hasta que encontraba la oportunidad de escaparme otra vez. Por supuesto, soy un gran creyente de lo necesario que es contar con un conjunto de habilidades para vivir en la naturaleza, y eso sigue definiendo mi forma de enfrentar la paternidad.

Tras una pausa para almorzar, ascendemos hasta un mirador en el largo filo de Mount Rhondda, una elevación parecida a la joroba de una ballena que destaca por encima de un océano de glaciares en todas las direcciones. Roan y Sailor se sitúan en el flanco izquierdo, una morrena esculpida por el viento sobre un glaciar agrietado. Se toman selfis y disfrutan de las vistas que ofrece la cumbre. Roan recuerda cuánto quería explorar la llanura inferior, así como “lo orgullosa que se sentía del planeta que habitamos”.

Un grupo de esquiadoras dirigiéndose hacia Mount Rhondda durante una semana de esquí —muy estable y empinado— que su guía canadiense describió como “la mejor semana de esquí que había tenido en el Wapta”. Al atardecer entraron al refugio de Bow Hut para suplicar por un poco de agua antes de volver a su carpa, que estaba más arriba en el glaciar. Sus ojos parecían de mapache, quemados por el sol, además estaban debilitadas por el gran esfuerzo de caminar cargadas del crepúsculo al amanecer. Foto: Kennan Harvey.

Aunque los adultos lideramos el trayecto a lo largo del glaciar, Sailor y Roan están en una edad de transición en la que absorben todo el conocimiento necesario de manera muy rápida, así que pronto serán ellas las que nos guíen a nosotros, los padres, hacia lugares que no podemos imaginar. En cierto punto del camino me acerco demasiado a un enorme desprendimiento de seracs, en busca de un buen ángulo fotográfico. Roan y Cheryl no se preocupan de ocultar su enojo. “Aprendí a mantener una dinámica de grupo saludable”, afirma Sailor. “Es necesario preguntar a los demás cómo se sienten, de manera constante, así nadie se expone a una situación peligrosa en la que no quiere estar”. Su análisis de mi error demuestra una madurez superior a su edad.

Seguiré visitando glaciares con Roan cada vez que pueda (aunque probablemente no tan de cerca). Quiero que los atesore tanto como yo, y que también desee salvarlos, por supuesto. Espero de su parte cada vez más reflexión, menos consumo y un compromiso por protegerlos. Hace poco me sorprendió al llegar a casa —sin habérselo pedido— con la frase: “Solo la montaña ha vivido lo suficiente como para escuchar con objetividad el aullido del lobo”, del mismísimo Sr. Leopold. El llevar a las chicas a la nieve siendo tan jóvenes ha implicado forzarlas a cargar equipo de esquí de la mitad de su peso, exponerlas a mejillas quemadas por el viento y obligarlas a abandonar su zona de confort. Pero es por eso que ahora son “cazadoras de powder” y están convencidas de la necesidad de contar con un set de habilidades para desenvolverse en la naturaleza (la paternidad involucra un montón de esperanza). Ya en nuestra propia cumbre, Nan, Cheryl y yo nos sentimos tremendamente orgullosos de lo que hemos logrado.

Animados por la idea de una sopa caliente y el abrigo de un saco de dormir nos quitamos las pieles, apuntamos hacia el refugio de Peyto Hut, nuestra próxima madriguera, y descendemos rápidamente a través de varios kilómetros de nieve polvo suave y esponjosa. Lo hacemos como grupo, con giros lentos y amplios cargados de alegría. Demasiado pronto (porque nadie quiere irse a casa aún) ya estamos siguiendo nuestras huellas de vuelta a Bow Hut y luego al auto que nos espera, pero nos sentimos felices. Hoy somos familia, amigos y amihermanas en perfecta armonía.

Cheryl, Roan y Nan descienden desde la cumbre de Mount Rhondda hacia el destino para su segunda noche, el refugio de Peyto Hut. A pesar de que las mochilas eran muy pesadas, la nieve resultaba fácil de esquiar. Fuera de ascenso final de casi 100 metros al refugio, producto del rápido retroceso glaciar durante la última década, Peyto Hut ofrece el mejor panorama de la travesía al Wapta. Foto: Kennan Harvey.

Perfil del Autor

Kennan Harvey.

Kennan ha sido fotógrafo independiente durante treinta años. Vive en Durango, Colorado, con su esposa e hija. Tras experimentar la naturaleza por primera vez durante su infancia, ataviado con pantalones de lana color verde militar y zapatos de trekking que más bien parecían tanques, comprendió los beneficios de la escalada rápida y ligera en una época en la que aún se necesitaban monstruosas botas de plástico.