Estar en casa
Emilé Zynobia / / 10 min de lectura / Snow
Una tropa de amigas montañeras aprende que cuando ponen atención a lo que ven, la confianza y la seguridad vienen de la mano.
Todas las fotos por Sofía Jaramillo
“No hay chance de que vayamos”, decía el mensaje de texto de Sofia. El brillo de mi iPhone iluminó mi rostro algo aturdido y confirmaba mis propias dudas respecto de nuestra próxima excursión.
Era el segundo de los tres días de un curso de seguridad en esquí de backcountry y nuestro grupo, una tropa de mujeres de color que aprendía del legendario guía de montaña, Zahan Billimoria, tenía planificado encontrarse en Coal Creek para comenzar a las 8 a.m. El primer día del curso había sido mágico. Si ver todo un grupo de mujeres de color randoneando a través de una colina ya es casi como ver un unicornio en terreno de montaña, tener a Zahan al frente nos convertía en Pegaso. Pero hoy sería una decepción, estaba segura de eso. Era febrero de 2021 y había sido un mes increíblemente nevado, uno de los cinco con más nieve en los registros de Jackson, Wyoming. Tras una noche de vientos fuertes y más acumulación de nieve, el Centro de Avalanchas Bridger-Teton había aumentado el nivel de peligro de “Considerable” a “Alto” para las elevaciones entre 2300 y 3200 metros. En mi década de esquiar en los Tetons, podría haber contado con los dedos de una mano las veces en que me aventuré a un objetivo grande durante un día con riesgo de avalancha “Alto”. En verdad, tal vez solo con un dedo. Bloqueé mi teléfono y miré fijamente la luz del amanecer avanzando lentamente a lo largo del techo de mi habitación. No íbamos a subir a Mount Taylor.
“La sensación de abrir un sendero y trazar una nueva ruta para subir una montaña es similar a la de lanzarse en aguas abiertas: Hay algo de miedo por lo que pueda haber debajo, pero también hay libertad. Con el miedo viene una invitación a confiar en ti mismo”
Lo que no podría haber imaginado es que esa sería la mejor jornada del curso, en la que se consolidarían las enseñanzas de Zahan y que impartiría en todas nosotras una habilidad de liderar y generar confianza que a menudo escapa de las mujeres en el terreno de montaña. Como Zahan me diría más tarde: “Hablamos sobre cómo el exceso de confianza es un peligro y cómo puede conducir a malas decisiones. Pero creo que no hablamos de que la confianza es fundamental para la toma de decisiones”.
El plan era encontrarse en Coal Creek y evaluar las condiciones ahí. Conduje a través de la bruma matutina, deteniéndome solo para comprar unos pastelillos para el equipo. Nos reunimos en un círculo y repartí las golosinas: croissant de chocolate para Sheena Dhamsania, una snowboarder y compositora india que poco tiempo después cambiaría las montañas por una casa junto al río Mississippi; kouign-amann para Sofía Jaramillo, una fotógrafa de aventuras colombiano-estadounidense que siempre lleva Pulparindos en los bolsillos de su chamarra; un croissant de jamón y queso para Dani Reyes-Acosta, una mestiza de ojos brillantes experta en contar historias con una carcajada que podría detonar una avalancha. De pie, rodeamos a Zahan, quien esperaba pacientemente que entregáramos nuestros reporte matutinos.
“A las cinco a.m. la temperatura era de -16 grados, con una máxima de -12 grados”, dijo Dani, a través de los copos de nieve que flotaban en el aire.
“La velocidad promedio del viento fue de 38 km/h, las ráfagas corrieron en dirección sudoeste”, dijo Sheena a continuación. El asunto era que estaba frío y ventoso, la visibilidad era mala y lo más probable era que empeorara. Yo parecía el Hombre Michelin resguardada bajo mi chamarra de pluma, prueba de que estaba lejos de estar soleado y despejado.
Así seguimos, cada una tomando turnos para transmitirle la información a Zahan mientras él asentía prestando atención. Zahan es de esa particular raza de personas modestas y expertas en la montaña. Tiene décadas de experiencia navegando terreno de avalanchas y, no importa el nivel de tus habilidades, la información que puedas proveer es aceptada sin juicios. Cuando se está en terreno con Z, no es que todos sean bienvenidos a la mesa, todos son requeridos ahí. A diferencia de otras experiencias guiadas que tuve en el pasado, con él nunca hubo altanería o condescendencia. Si bien en ese momento aún no me era muy familiar, más tarde me daría cuenta de que más allá de su carácter tranquilo y mesurado, Z también tiene un lado juguetón que sale a relucir en su afición por los dulces, las analogías con las artes marciales mixtas y el reggae.
Esa mañana, sin embargo, su foco estaba puesto en lo que nos atañía.
El día anterior, nuestro primer día en terreno, Zahan nos había preguntado lo que finalmente se iba a convertir en la frase que definiría el curso: “¿Qué ves?”. Inicialmente cada una de nosotras había luchado un poco por poner lo que estaba justo frente a nuestros ojos en palabras, pensando que las banales descripciones de árboles, nieve y el cielo serían demasiado decepcionantes como para satisfacer su experimentada mente. ¿De verdad quería que le dijéramos que no había nieve sobre las ramas de los árboles a nuestro alrededor, que el sol brillaba en el cielo carente de nubes o que el punzar de nuestros bastones en la huella por la que avanzábamos indicaba que había una costra justo por debajo de la superficie?
Zahan cree que todo comienza con la observación. “Es como construimos la competencia en el equipo. Todos tienen una voz. Todos pueden notar algo”. Al tener un historial ligado a la ecología, veo cómo el enfoque de Z es como el de un naturalista y se centra en explorar conexiones y seguir nuestra curiosidad. Sin buenos hábitos de observación, no podemos comenzar a interpretar el mundo que nos rodea. “Cree en lo que ves”, dice.
Cuando se trata de las montañas, la audacia y la confianza nunca han sido socios muy cercanos para mí. Nunca me hice un espacio en esa mesa y siempre estuve feliz de dejar que otros tomaran las decisiones importantes, no sé decir si por naturaleza, crianza o tal vez una combinación de ambas. A pesar de la cantidad de cursos de esquí de travesía y avalanchas que tomé para combatir esa sensación, nunca los terminé con la confianza para tomar decisiones en la montaña.
En mi experiencia, la principal disparidad que se da en terreno entre los grupos de identificación femeninos y los grupos de identificación masculinos es la capacidad de tomar decisiones. “Creo…”, “¿qué piensas…”, “tal vez…”, “no sé…”. Todas esas son palabras y frases que he escuchado a mujeres dejar caer con el peso de un saco de papas. Nos acostumbramos a ceder y dejarnos llevar por el espejismo de la confianza. Eso no quiere decir que este sea el caso para todos, pero las mujeres tendemos a dudar de nosotras mismas y, por extensión, no confiamos ni verbalizamos lo que está frente a nuestros propios ojos. Si agregas un par de variables sociológicas más obtendrás el espectro de confianza en el que todos caemos. Para mí, esos ingredientes fueron el color de mi piel, mi género, mi tamaño y las suposiciones socialmente internalizadas sobre mí que culminaron en mi experiencia de vida. He escrito antes sobre ser una persona negra en las montañas y cómo se siente estar rodeada por un mar de blanco, tanto literalmente por lo nevado del paisaje, pero más aún por la omnipresente blancura de las comunidades de montaña.
Ayudar a otras personas a superar la falta de confianza para logar confiar en sus observaciones forma parte del propósito de Z. Para él es vital que una generación de viajeros por la naturaleza sienta que “son suficientes y que pertenecen ahí”. Esta perspectiva está respaldada por su convicción de que somos una especie, como cualquier otra especie en el planeta, que evolucionó para florecer en el mundo natural. Esto informa los esfuerzos de Z por restaurar la confianza en nuestras habilidades cognitivas innatas al navegar el riesgo en terrenos complejos, lo que con suerte nos lleva a “recordar que, como seres humanos, pertenecemos a los exteriores”.
Ir acompañadas por una tropa de compañeras de montaña y aprender de alguien como Z nos había enseñado mucho más que cómo leer el ángulo de una pendiente y buscar puntos débiles en el manto nivoso: aprendimos a confiar en nuestros instintos e intuición.
Esta confianza era la mentalidad a la que intentábamos aferrarnos esa fría mañana en el estacionamiento de Coal Creek.
Como grupo nombramos los problemas que podríamos enfrentar al ascender el Mount Taylor: exposición a acantilados a lo largo de la ruta, bolsillos en las placas de viento, visibilidad reducida. Nos apoyamos en nuestros instintos con Zahan guiando la conversación, pidiéndonos que etiquetáramos los riesgos específicos del terreno y el manto nivoso y lo que podíamos hacer para manejarlos. A medida que visualizamos cada variable de riesgo y la colocamos en un contexto mitigable, nos sentimos más relajadas ante la posibilidad de continuar con nuestro objetivo. Teníamos todo el conocimiento que necesitábamos para tener un día seguro. No podíamos controlar el manto, pero podíamos controlar por dónde viajábamos y qué terreno elegíamos.
Tras evaluar el riesgo, juntas decidimos ir.
Mientras ascendíamos Mount Taylor con el viento azotándonos, Zahan esporádicamente nos invitaba a pensar críticamente sobre los signos y las señales que se iban produciendo en tiempo real. Hacíamos preguntas y Z nos empujaba a responderlas por nosotras mismas. Con cada intercambio nuestra confianza crecía respecto de la capacidad para gestionar los riesgos. A medida que la huella sobre la que deslizábamos nuestras pieles fue haciéndose más vertical y exigente, Sheena eligió un nuevo camino, uno más adecuado para conservar nuestra energía. La sensación de abrir un sendero y trazar una nueva ruta para subir una montaña es similar a la de lanzarse en aguas abiertas: Hay algo de miedo por lo que pueda haber debajo, pero también hay libertad. Con el miedo viene una invitación a confiar en ti mismo.
Mientras más altura ganábamos en terreno alpino, los elementos se intensificaban: fuertes ráfagas contribuyeron a la formación de placas de viento; mis rizos se convirtieron en capullos cubiertos de escarcha; la visibilidad que disfrutábamos más temprano se convirtió en un peligroso blanco plano. La ladera de la montaña se volvió difícil de descifrar. Todavía teníamos otros 150 metros verticales hasta la cumbre, suficientemente cerca como para tenerla al alcance, suficientemente lejos como para que tomara un tiempo no insignificante llegar a ella. Al alcanzar un portezuelo hubo un cambio perceptible en la energía del grupo. Empezamos a notar que algo cambiaba en la nieve bajo nuestros esquís. Mientras pateaba y deslizaba cada esquí hacia adelante sobre la nieve virgen, unas grietas salían disparadas como relámpagos desde la punta de mis tablas. No había un peligro inmediato de avalancha, pero los ingredientes para una estaban allí.
“Hey, Sheena, ¿deberíamos seguir subiendo?”, grité por encima del silbido del viento, la nieve se arremolinaba a nuestro alrededor como un espíritu antiguo mientras los cinco hacíamos una pausa para reflexionar. Salimos hacia una sección más plana y nos juntamos para charlar. ¿Tenía sentido seguir adelante? Todos nos sentamos a la mesa, cada uno acercando su silla metafórica, exponiendo los riesgos para que todos los vieran. Visibilidad: El blanco plano nos hacía sentir como si estuviéramos dentro de una pelota de ping-pong. Terreno: Estábamos entrando en una sección empinada que nos llevaría a la cumbre.
Juntas decidimos que era hora de dar la vuelta. Z sonrió, agregando poco a la conversación más allá de su aprobación tácita a nuestro protocolo de toma de decisiones. Elegimos un terreno de bajo riesgo para bajar en relevos, divirtiéndonos, deleitándonos en la ingravidez. El equilibrio entre riesgo y recompensa, entre quedarse en casa y salir, entre continuar hasta la cumbre o dar marcha atrás, en eso se centraron las enseñanzas de Z. En este espacio liminal encontramos aquello de lo que la sociedad moderna nos ha divorciado, encontramos el hogar, encontramos la pertenencia y encontramos confianza en nosotros mismos.
Un año después, con Sofia nos adentramos en el extremo norte del Parque Nacional Grand Teton. Estábamos recorriendo un lago Jackson congelado y envuelto por una espesa niebla matutina que parecía de otro mundo. “Es como si estuviéramos en otro planeta o en el Ártico”, dice Sofia. De tanto en tanto una línea de visión despejada se abre en dirección a la cara que planeamos esquiar. Las lecciones del curso de Z se han quedado con nosotras, grabadas en nuestros modelos de toma de decisiones. Estamos solas, las decisiones y las consecuencias son totalmente nuestras para administrar y ese espacio se siente bien. A medida que alcanzamos el filo, dejando atrás una huella resbaladiza, una pareja mayor se materializa de la nada detrás de nosotras. El tipo de pareja robusta que emana un aire de competencia y tranquilidad que solo pueden proporcionar años de dedicación a la montaña. Charlamos con ellos durante un rato sobre sus años pasados en el parque, las modificaciones que han hecho a su equipo, etc. Antes de ir por caminos separados, dicen: “Por cierto, esa es una tremenda huella la que dejaron ahí atrás”. Sofía y yo cruzamos la mirada y sonreímos en agradecimiento. Y así, seguimos hacia arriba.
Perfil de autor
Emilé Zynobia
Emilé es una snowboarder, comunicadora ambiental y experta en sustentabilidad. Tiene una maestría de la Escuela de Medioambiente de Yale, donde se centró en políticas de recursos naturales y gestión de la tierra. Su visión está basada en los fundamentos de la ecología, los suelos y las humanidades ambientales; bases que siguen impregnando su obra escrita y su vocería. Desde la recopilación de evaluaciones del hábitat en el mar de artemisa y su relación con la ganadería, hasta la investigaciones sobre la ecología de la polinización en el Amazonas y la búsqueda constante de grandes líneas en la nieve, el trabajo de Emilé apunta a comunicar las complejidades enquistadas en nuestro contexto socioecológico moderno.
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