El verde incorrecto
Steven Hawley / / 7 min de lectura / Pesca con mosca, Activismo
Todas las represas están sucias. Los intentos por mejorarlas solo empeoran la situación.
Durante todo el verano el Lago Billy Chinook luce tan verde como el río Chicago para el Día de San Patricio. A diferencia del evento anual en el que se tiñen las aguas en la ciudad de los vientos para celebrar la suerte de los irlandeses, el tono verdoso del gran embalse situado tras la represa Round Butte Dam, en el río Deschutes (Oregón), es una turbia señal de infortunio, aun cuando la mayor empresa de servicios públicos del estado insiste en que se trata de una fuente de energías limpias.
En 1955 el furor por la construcción de represas en los Estados Unidos se encontraba en su máximo apogeo, sin embargo, el estado de Oregón intentó detenerlo. Para esto, llevó a la Comisión Federal de Energía a los tribunales con el propósito de que se decidiera en materia de permisos federales para represar el Deschutes; el estado se opuso al primer de potencialmente tres complejos que amenazaban con interrumpir el tránsito de salmones y truchas a lo largo de casi toda la cuenca del río. Oregón ganó la primera batalla legal. No obstante, las empresas de servicios públicos apelaron. El caso fue a parar a la Corte Suprema de los Estados Unidos. Por desgracia, la decisión subsiguiente condenó a la mayor parte de esta cuenca desértica a convertirse en un purgatorio sin salmones; en 1964 se construyó la represa Round Butte Dam y, para empeorar la situación, se abandonaron los esfuerzos por conservar las poblaciones de peces migratorios. En la actualidad, Portland General Electric (PGE) suministra energía eléctrica desde la central al populoso valle de Willamette, a través de las Cascade Mountains.
PGE y las Tribus Confederadas de la Reserva de Warm Springs son copropietarias de las tres represas y responsables de las dificultades que estas generan. Tres ríos abastecen al Lago Billy Chinook; el Crooked y el curso medio del Deschutes se encuentran contaminados por los residuos provenientes de las granjas en la zona superior de sus cauces, sin embargo, el Metolius es tan limpio y frío como debería ser. Comencemos abordando los dos primeros, esos que están sucios. Los embalses son sumideros de calor hidrológicos. Si además les sumamos fertilizantes, estamos creando invernaderos subacuáticos. La escorrentía agrícola arrastrada al agua, por su parte, es abundante en fósforo y nitrógeno, lo que contribuye a la formación de ese tono esmeralda. A menudo todo esto resulta en floraciones de algas y otras plantas fotosintetizadoras de naturaleza invasora, algunas de ellas tóxicas. El agua caliente, estancada y contaminada da lugar a ese brebaje verdoso que libera toneladas de emisiones de metano, emporando la crisis climática.
Hablemos ahora del río limpio. El Metolius es el más puro de los tres caudales hermanos y, durante 50 años tras la construcción de la represa, fue la salvación de los últimos 160 kilómetros que aún fluían libres del Deschutes. Debido a una combinación mágica de fallas, vulcanismo y prodigiosos movimientos de aguas subterráneas posteriores, este río fluye tan helado y prístino que tu primer impulso sería tomar una copita y añadirle una aceituna o una rebanada de limón, en lugar de lanzarle una mosca para truchas. Su caudal desemboca en el afluente más grande del Deschutes, antes del tóxico y dañino cóctel en el que se convirtió el Lago Billy Chinook.
He aquí la ciencia tras la gracia del Metolius: las aguas frías se condensan, lo que las hace más pesadas que las cálidas. A pesar de la existencia de las represas, durante cincuenta años el curso bajo del Deschutes fue uno de los mejores torrentes del país para la pesca de truchas. El caudal del Metolius, a 10 grados de temperatura durante todo el año, se hundía hasta el fondo del embalse, tras lo que la válvula de desagüe de la represa enviaba estas aguas puras río abajo. Cualquier persona que recuerde el Deschutes antes de 2010 puede contar cómo era en aquel entonces: un río tan cristalino que cuando flotabas a 8 kilómetros por hora sobre su diáfana superficie, a través de la que se observaban las rocas en el fondo, sentías que estabas volando. La pesca era tan buena que comenzar a hablar de ella en este texto sería no le haría justicia.
En 2005 se le concedieron cincuenta años más de permiso a PGE para continuar operando sus represas en el Deschutes. Sin embargo, existía un viejo requerimiento que la empresa había evadido por mucho tiempo; el de proporcionar paso a los peces. Para solucionar el problema, apostaron por una combinación de arreglos tecnológicos y un marketing ingenioso. En su sitio web aseguran que su energía hidroeléctrica “no genera emisiones”, a pesar de que las investigaciones apuntan lo contrario. Cada vez más, estudios científicos indican que los embalses, incluidos los de PGE, emiten gases de efecto invernadero en forma de metano. Este resulta mucho más destructivo que el dióxido de carbono ya que es 28 veces más potente atrapando calor dentro de la atmósfera. Según la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA), los embalses con agua de mala calidad producto de floraciones de algas tienden a producir más metano, y el Lago Billy Chinook ha generado algas nocivas durante años. PGE y la industria de la energía hidroeléctrica han forzado una falsa narrativa por décadas, según la cual las represas constituyen una fuente de energía viable en términos económicos. Pero eso es totalmente falso.
“Veía un río libre, uno que no se había visto así desde la época de mi abuelo y mi tatarabuelo. Fue como abrir una puerta y contemplar una manada de caballos corriendo en libertad”.
—Davis Washines, líder anciano de la tribu yakama
Consideremos el caso del salmón y de la trucha para hacernos un panorama de la realidad. PGE y las Tribus Confederadas de la Reserva de Warm Springs gastaron unos 110 millones de dólares en una especie de artilugio que en realidad resulta de poca utilidad, una “Torre de extracción selectiva de agua”. Posteriormente convencieron a las partes interesadas de que esta sería la herramienta que utilizarían para gestionar el Deschutes “como si las represas no existieran”. Durante ocho meses al año, este sistema canaliza las aguas verdes de la superficie del embalse hacia los 160 kilómetros inferiores de flujo libre del Deschutes, antes diáfanos. Los resultados son un preocupante recordatorio de que las represas aún están muy presentes.
Este cambio de aguas frías y limpias provenientes de las profundidades del embalse hacia otras calientes y sucias que proceden de la superficie se realizó en favor de la restauración del tránsito de los peces, pero ha sido un fracaso total. Durante sus catorce años de funcionamiento, la Torre solo ha facilitado el tránsito de apenas 2.000 truchas, salmones rojos y chinook. Si dividimos el costo de su construcción entre este número, estaríamos hablando entonces de los salmones más caros del planeta.
Para todo el dinero y conocimiento técnico invertidos en la Torre, la reintroducción de salmones al otro lado de la represa no es más que otro programa de captura y transporte. Se introduce a los peces en camiones cisterna para luego trasladarlos al otro lado del complejo y liberarlos al río. Este tipo de migración asistida resulta absurda. Es como introducir grullas canadienses en aviones comerciales para llevarlas del pantano a la tundra y regresarlas.
En 2023 el proyecto facilitó el tránsito de tan solo 19 chinook. La situación empeora, pues un estudio reciente realizado entre la Universidad Estatal y el Departamento de Peces y Vida Silvestre de Oregón indica que las aguas sucias que contaminan el curso bajo del río han incrementado la presencia de un parásito conocido como Ceratonova shasta, mortal para los chinook. La Torre debía salvar a los salmones, pero los está matando.
Como gerente de comunicaciones de la Alianza del río Deschutes, lo que me genera esperanza es que cada error cometido por un proyecto como este constituye un recordatorio de que la mitigación de los impactos negativos sobre los peces no es lo mismo que la restauración de estos y de los ríos. En cuanto a las empresas de servicios públicos, la razón de su existencia no es salvar a los peces, de hecho, es algo que se les da fatal.
Bajo este criterio, “mitigación” connota una mentalidad. Se trata de “la acción de reducir la severidad, seriedad y lo doloroso de algo”. Implica una dócil tolerancia hacia las prácticas destructivas que nos están matando, y también a todo aquello que amamos. En lo que a los ríos y peces respecta, necesitamos reconocer —y sobre todo actuar— en base al conocimiento de que todas las represas están sucias, y de que “mitigar” cualquier tipo de contaminación sin hacer nada para eliminar su raíz es una locura. El mejor criadero de peces es un sistema fluvial saludable.
A pesar de que la eliminación de las represas sigue siendo la mejor alternativa para la restauración de los ríos, el creciente número de proyectos hídricos que han restaurado mucho más que un ecosistema fluvial me llena de ilusión; por ejemplo, la reconstrucción de casi un kilómetro de un canal del río Klamath como parte de la estremecedora eliminación de cuatro represas. También la primera captura de salmones en el río Elwha, tras la remoción de la planta que allí operaba. Estos proyectos, y muchos otros del mismo tipo, son el resultado de décadas de organización. Han restaurado la fe en la resiliencia de la naturaleza incluso frente a las peores amenazas. También es muy importante decir que han devuelto a los seres humanos otro tipo de fe, una antigua, familiar y vital que necesitamos tener los unos en los otros desde hace tiempo.
Para mí, uno de los temas importantes de la primavera es la redención. De toda la satisfacción que he experimentado en un cuarto de siglo escribiendo acerca de todo aquello relacionado con el agua, no evoco la imagen de un caudal de aguas rápidas o de un gran pez, sino de un rostro.
El río White Salmon, primo geomórfico del Metolius, está ubicado a unos pocos kilómetros de mi hogar. En 2011 se eliminó la represa Condit, y entre la multitud que celebraba esta victoria se encontraba Davis Washines, anciano yamaka y policía intertribal de Columbia por aquel entonces. Un fotógrafo capturó su expresión en el instante justo en el que el río estalló a través del agujero que realizaron en la base de la represa. En la foto aparece el señor Washines con el rostro hundido entre las manos. “Derramé algunas lágrimas”, me contó por teléfono. “Veía un río libre, uno que no se había visto así desde la época de mi abuelo y mi tatarabuelo. Fue como abrir una puerta y contemplar una manada de caballos corriendo en libertad”.
Recuerdo esa foto del señor Washines cada vez que observo cómo el White Salmon le ha dado la bienvenida a un creciente número de árboles a lo largo de sus orillas, ramas repletas de insectos y peces en el agua. Sin duda alguna, también derramaré lágrimas de alegría y redención cuando mis aguas nativas del Deschutes sean finalmente libres, de esa misma forma natural y sin represas que tanto conmovió al señor Washines. Y deseo esa misma explosión de felicidad para todos aquellos que aman a un río agobiado.
Perfil del Autor
Steven Hawley
Steven es un escritor, cineasta y periodista medioambiental proveniente de Hood River, Oregón. Escribió y coprodujo el documental galardonado Dammed to Extinction y es el autor del libro Recovering a Lost River. Sus artículos se han publicados en las revistas The Drake, Outside y High Country News, entre otras.
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