La aventura por salvar 100 olas en Perú
Bruno Monteferri / / 9 min de lectura / Surf , Activismo
Una amistad forjada en el mar se convierte en una poderoza alianza para la protección de rompientes.
Carolina Butrich ama leer y odia los mangos. Usa Microsoft Excel para todo, incluso para diseñar su casa. Reparte cariño al por mayor pero es claustrofóbica, por lo que no soporta los abrazos. Carolina es, sobre todo, una llama que no se apaga.
Aunque fuimos al mismo colegio en Lima, Perú, nunca nos conocimos ahí. La primera vez que la vi fue en las aguas del río Cañete en 2010. Apareció de pronto, con su pelo bailando al viento y esas arruguitas sobre la piel que delatan a quienes viven sonriendo cerca del mar. Yo sufría por mantener a flote mi kayak mientras que ella remó por más de dos horas seguidas haciéndolo parecer muy fácil. No hablamos ese día. Años más tarde nos dimos cuenta de que esa fue la primera de muchas sesiones juntos a medida que nuestra amistad crecía en torno a la protección de las olas y la naturaleza de nuestra tierra natal, una tarea para la que no podría haber pedido una mejor compañera.
Por lo general, a Perú se lo conoce por Machu Picchu, las misteriosas líneas de Nazca y sus inigualables ceviches. Lo que la mayoría no sabe es que aquí nació la primera ley en el mundo que creó un sistema legal para la protección de olas. En los años 80, el alcalde del distrito de Chorrillos inició el proceso para construir una carretera que muchos dicen cambió la dinámica de arenamiento y afectó la mítica ola y playa de La Herradura. Años más tarde, cuando un muelle mal planificado casi destruye la perfecta ola de Cabo Blanco, los tablistas se organizaron. Entonces formaron una asociación para la conservación y movieron cielo, mar y tierra hasta que el Congreso peruano aprobó la Ley de Rompientes, en 2000. Tuvieron que pasar 13 años para que entrara en vigor y se convirtiera en el legado de una nueva generación de tablistas peruanos comprometidos con salvar sus olas. En 2016, Chicama, famosa por ser la ola más larga del mundo, fue la primera en ser protegida. Hoy Perú tiene 43 olas protegidas gracias a miles de personas que se sumaron a la campaña Hazla por tu Ola, un esfuerzo que le infundió un propósito a la comunidad del surf y consolidó mi inquebrantable amistad con Carolina.
Después de ese primer encuentro en el Cañete, yo me embarqué en un proyecto de vida llamado Conservamos por Naturaleza, una iniciativa de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental que invita y facilita el involucramiento de cualquier persona en la conservación de la naturaleza. Lo que promovemos es un movimiento conservacionista voluntario porque creemos que la conservación debe estar arraigada en la cultura y la cotidianeidad de la sociedad. Hoy contamos con más de 250 iniciativas de familias, comunidades y organizaciones que protegen más de dos millones de hectáreas de ecosistemas naturales en el Perú.
Mientras yo me dedicaba a Conservamos por Naturaleza, Carolina pasó los siguientes años viajando por el mundo con el agua como su única constante. Compitió en carreras de windsurf hasta que vio una película del legendario windsurfista André Paskowski corriendo olas en Ho'okipa, en Maui. En ese momento decidió que en el plazo de un año estaría surfeando esas mismas olas. Comenzó a viajar en bus 640 kilómetros al norte desde Lima a Pacasmayo todos los fines de semana, para aprender a correr olas mientras estudiaba ingeniería ambiental.
Correr olas con su windsurf en Ho' okipa fue algo que no tardó en hacerse realidad y, apenas dos años después, ya competía contra las mejores en el Circuito Mundial de Windsurf en Olas. Maui en Hawái, Paracas y Pacasmayo en Perú, así como Jericoacoara en Brasil se convirtieron en paradas habituales. En cada lugar, Carolina encontró una familia extendida. Antes de terminar sus estudios, le ofrecieron el trabajo de sus sueños en Jericoacoara como instructora principal de windsurf en ClubVentos. Carolina no quiso desaprovechar esa oportunidad, aunque tuvo que firmar un contrato con su madre, quien la ayudó a financiar sus estudios, prometiéndole que regresaría seis meses después para terminar la universidad.
Esa decisión marcaría el rumbo de su vida porque en Brasil conoció a André Paskowski y se enamoraron. André tenía una enfermedad terminal que solo les permitió compartir un año juntos, pero estaban decididos a crear recuerdos. Entre terapias, viajaron para filmar el documental de windsurf Below the Surface, que sigue al excampeón mundial de la Asociación de Windsurfers Profesionales Víctor Fernández y sus amigos. André partió antes de terminar el documental, pero Carolina lo concluyó. El proceso la ayudó a levantarse una vez más. El objetivo era presentarlo en un festival de cine en Sylt, Alemania, y ella sabía que eso era lo que André hubiera querido. “Tuvimos todo para ser felices juntos: amor, confianza, diversión, intereses comunes, respeto, admiración, todo... excepto tiempo”, escribió Carolina en una carta de despedida.
Nos volvimos a ver en 2014 durante un encuentro ambiental en Cusco y le hablé de Conservamos por Naturaleza. Cuando volvió al Perú, dos años después, visitó nuestra oficina y dijo que había regresado para “devolverle un poco al mar por todo lo que me ha dado”.
Le dije que nuestra organización fue creada precisamente para personas que querían generar un impacto positivo y que llegaba justo a tiempo, ya que estábamos a punto de lanzar una campaña que nos permitiría proteger las olas del país. Cuando aclaré que no teníamos presupuesto, que necesitábamos recaudar más de 500.000 dólares en los próximos 10 años y unir a una —hasta entonces— muy dispersa comunidad de tablistas peruanos para proteger 100 olas, Carolina preguntó: "¿Cuándo empezamos?"
Unas semanas más tarde nos encontrábamos frente a una sala llena de gente para lanzar Hazla por tu Ola. Carolina, aterrada de hablar en público, tartamudeó por los nervios al principio, pero contra viento y marea —y con la ayuda de un par de shots de pisco— se lució explicando que si queríamos proteger nuestras olas teníamos que organizarnos como comunidad y no depender del gobierno. Hoy por hoy Carolina se maneja con soltura sobre los escenarios. Parte clave de lo que hace nuestra organización es inspirar a la ciudadanía y empresas privadas a tomar acción por la conservación de la naturaleza. Su dedicación y liderazgo hacia este objetivo le valieron el Premio Carlos Ponce del Prado en 2019 y el Premio Latinoamérica Verde por Hazla por tu Ola en 2020.
Existen enfoques diferentes cuando se trata de proteger olas. En países con instituciones sólidas y estructuras de gobernanza maduras para el océano, la protección de las rompientes por lo general cae dentro de los regímenes de planificación espacial marina. Estos procesos permiten a las agencias gubernamentales navegar a través de los diferentes intereses que existen sobre un área marina en particular y establecer las reglas para su uso. Por ejemplo, países como Nueva Zelanda y Australia tienen planes de manejo costero donde se priorizan los usos recreativos en las zonas de olas y se limitan las actividades que puedan afectarlas. En Australia incluso hay un Plan de Manejo Gold Coast y se invierten millones de dólares australianos para su implementación.
Pero en muchos otros países la planificación espacial marina es inexistente y las comunidades comprometidas con la protección de los ecosistemas marinos deben enfrentarse constantemente a otros intereses para lograr que la conservación sea considerada una prioridad. Este es el caso de Perú, donde por ejemplo, la Marina de Guerra recibe numerosas solicitudes de permisos para la construcción de puertos, oleoductos, muelles, estructuras de defensa costera y más.
Lo que hizo la Ley de Rompientes fue crear un proceso formal para anteponer la conservación frente a otros usos potenciales. La manera en que funciona es que se debe presentar un expediente técnico y un mapa de la zona a la Marina de Guerra del Perú para evidenciar la existencia de una ola y sus características físicas a través de un análisis del fondo marino y un historial de oleajes. Luego, la autoridad marítima valida la información y una vez que inscribe la ola en el Registro Nacional de Rompientes, el gobierno ya no puede otorgar derechos para actividades que puedan afectarla, lo que significa que no se pueden construir nuevos espigones, muelles, puertos, ductos submarinos, etc. Básicamente, se evitan todas las construcciones que puedan afectar la trayectoria de una ola.
Bajo el liderazgo de Carolina, Hazla por tu Ola identifica y trabaja con líderes locales para recaudar los fondos necesarios para contratar especialistas. Luego, los especialistas preparan los expedientes y el equipo de Hazla por tu Ola da seguimiento a las autoridades para que las olas queden registradas y protegidas. Realizar la investigación y enviarla a la Marina de Guerra cuesta entre 3.000 y 6.000 dólares. A la fecha, la ciudadanía ha recaudado el 90 por ciento de todos los fondos que se han necesitado para proteger olas en Perú.
En 2018 fuimos invitados a la Global Wave Conference, organizada por Save the Waves Coalition (SWC) en Santa Cruz, California. SWC tuvo un rol clave en el apoyo a la comunidad peruana durante el proceso para la protección de la emblemática ola de Huanchaco, famosa por sus tradicionales caballitos de totora, una embarcación de pesca individual que se teje con juncos y que los lugareños han utilizado por más de tres milenios. La relación con SWC ha crecido a lo largo de los años y ha sido clave para amplificar el modelo de Hazla por tu Ola en otros países, conectándonos con activistas de otras latitudes. Nuestra colaboración más reciente con ellos consiste en una plataforma digital que sistematiza y compara herramientas y enfoques legales para la protección de olas, e incluye casos de estudio de 12 países. Esperamos que esta información ayude a líderes y políticos locales a comprometerse con la protección de rompientes para el surf en todo el mundo.
Con la determinación de nuestro lado, estamos decididos a salvar tantas olas como podamos. “Nos hemos puesto la meta de tener 100 olas protegidas antes del 2030”, dice Carolina, “Pero no vamos a parar hasta que tengamos todas las olas del Perú protegidas por ley y haya más países que usen este modelo”.
Y está funcionando. El modelo peruano está siendo adoptado en Latinoamérica. Recientemente Caro ha estado trabajando con activistas de base en Ecuador que crearon Mareas Vivas, un nuevo colectivo que está listo para iniciar una campaña de recolección de firmas y presentar al Parlamento una propuesta de ley para la protección de olas. Al sur de la frontera, en Chile, tras una presentación que hice sobre Hazla por tu Ola en 2016, Luis Felipe Rodríguez Besa —ahora también un amigo cercano— se inspiró y cofundó la Fundación Rompientes junto al talentoso cineasta Rodrigo Farías Moreno y el abogado Juan Esteban Buttazoni. Fundación Rompientes ha jugado un papel clave alineando los esfuerzos de varios grupos para la protección de olas en Chile, y hemos sido un aliado natural desde el día uno.
Recientemente, la cámara de diputados del Congreso chileno aprobó un proyecto de ley impulsado por la Fundación Rompientes que busca proteger las rompientes chilenas. Ahora el proyecto será evaluado por el Senado. Además, en México, la comunidad de Puerto Escondido se ha organizado y puesto en marcha un plan holístico para el desarrollo sostenible de su zona costera, que incluye promover la creación de una Ley de Rompientes local. Tanto Save the Waves Coalition como Hazla por tu Ola están aportando con orientación para el proceso. Cuando se enfrentan desafíos ambientales, es fácil sentirnos abrumados, por lo que saber que podemos intercambiar ideas y relacionarnos con colegas activistas que hacen lo mismo en otros países es invaluable.
Cuando Carolina volvió a Perú en 2015, pensó que sería solo por unos meses. Lima era un lugar del que siempre había vivido escapando. Ocho años después aún está aquí porque ha encontrado un balance. Tiene un trabajo con propósito, lidera campañas para proteger los lugares que ama y está rodeada de personas que la inspiran. También tuvo la valentía para volver a enamorarse y está formando una familia. Aunque no lo intenta, Carolina nos enseña a vivir la vida sin dar nada por sentado y que echar raíces —sin necesariamente anclarse en un lugar— es clave para lograr cambios importantes. Porque tal como nos lo han demostrado las olas, no hay barrera que pueda resistir lo que se hace con amor y perseverancia.
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Bruno Monteferri
Bruno es un abogado ambiental peruano comprometido con impulsar un movimiento de conservación liderado por la ciudadanía. Es director de Gobernanza marina en la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental y fundador de Conservamos por Naturaleza. Ama surfear, los deportes y contar historias. Vive viajando constantemente junto a su familia entre Lima y la Amazonía peruana.
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