Del Appalachian Trail a la ciudad de Nueva York

Lauren Evans / / 5 min de lectura / Hiking, Community

Cómo la experiencia de infancia en el Sendero de los Apalaches determinó la forma en que una madre enseñaría a sus cuatro hijos a conectar con la naturaleza en el corazón de Nueva York.

Todas las fotos cortesía de Britney Caceres.

Britney Caceres tenía quince años cuando, para su sorpresa, sus padres la dejaron junto a sus hermanos en el Sendero de los Apalaches, prometiendo recogerlos tres días y 80 kilómetros más adelante. Para ese entonces no lo sabía, pero esa aventura a través del bosque determinaría la forma en la que iba a criar a sus hijos en Manhattan.

Britney creció a la sombra de la cordillera Azul, en Virginia Occidental, donde pasó mucho tiempo de su infancia trepando árboles y escalando a la orilla de ríos con sus tres hermanos menores. Pero, a pesar de que su hogar se encontraba en medio de uno de los paisajes más inspiradores de Estados Unidos, su familia no era realmente una de mochileos y aventuras. La única vez que sus padres los llevaron de campamento, supone que obligados por el lugar que habitaban, sus cenas envueltas en papel de aluminio cayeron al fuego, por lo que se vieron obligados a sobrevivir a base de galletas.

Sin embargo, Britney comenzó a sentir entusiasmo por las actividades al aire libre desde pequeña. Su profesora de segundo grado en la primaria fue una gran influencia para ella; solía contar historias en clases sobre cómo fue vivir en una carpa con su familia. Para una Navidad regaló a sus estudiantes ejemplares de un libro llamado 50 cosas sencillas que tú puedes hacer para salvar la tierra. “Me hizo ser muy consciente del movimiento ambiental y de cuán importante era cuidar la naturaleza y el planeta”, explica Britney.

Considerando su entorno, esta creciente preocupación por el medioambiente era algo que tenía todo el sentido del mundo para ella. Pasó mucho tiempo al aire libre con sus hermanos y con otros cinco hijos de un amigo de la familia, todos varones. “Mis padres nos criaron siempre con cierta ‘libertad’, como ellos le decían”, recuerda. “Me educaron con mucha independencia y orientación a la naturaleza”. Ser la única niña del grupo nunca fue un problema para ella, aunque sí que le trajo ciertos contratiempos. Tenía que observar con envidia cómo sus hermanos menores y amigos se convertían en boy scouts y aprendían habilidades básicas, por ejemplo, filtrar agua o hacer una fogata. Ansiaba vivir esas experiencias también, e intentaba unirse al equipo cada vez que podía, incluso si eso solo significara acompañarlos por las mañanas, mientras ellos preparaban desayuno en el campamento. “Yo era muy persistente”, afirma. “Tenía muchas ganas de hacer lo mismo que ellos. Me preguntaba por qué no podía”. Entonces se propuso aprender todo aquello que los chicos aprendían como scouts.

La idea de que los chicos recorrieran el Sendero de los Apalaches se les había ocurrido a unos amigos de la familia, quienes se habían encargado de la planificación y la logística; Britney y sus hermanos se sumaron a la idea para disfrutar del paseo. Las habilidades aprendidas como boy scouts dieron sus frutos; ya habían avanzado bastante desde el punto de partida cuando supieron que podrían cuidar bien de sí mismos, aunque de manera algo tosca. “Probablemente nuestras viejas mochilas fuesen de segunda mano”, dice. Uno de sus hermanos había llevado un palo de golf, en caso de que defenderse fuese necesario. “No éramos mochileros experimentados”, afirma. “Tan solo niños en medio del sendero, avanzando un kilómetro tras otro”.

De todos modos, sabían leer mapas para encontrar fuentes de agua. También sabían cocinar, montar campamentos y desarmarlos. Para Britney, el darse cuenta de que podían sobrevivir al aire libre sin ayuda era algo energizante. Completar 80 kilómetros en tres días no era una hazaña menor. Esas jornadas por el sendero le enseñaron a confiar en su propio juicio y a perseverar cuando las cosas se ponen difíciles.

Su amor por la naturaleza nunca disminuyó. Estudió Ciencias Pesqueras y Acuáticas en la universidad, su objetivo era conseguir trabajo en el Servicio Forestal o el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos. Tras graduarse se mudó a Nueva York para unirse a un programa de becas para profesores, pensando que sería algo temporal. Pero sus planes cambiaron cuando comenzó a salir con el hombre que ahora es su esposo, un neoyorquino de tomo y lomo. Se establecieron en Manhattan, lo que fue duro para ella al comienzo. Pasaba meses sin aventurarse en la naturaleza. “Sentía que había perdido una parte de mí al trasladarme a la ciudad”, dice.

Durante el primer embarazo, la pareja se mudó a un departamento a dos cuadras de Central Park. A medida que fue llegando el resto de los hijos (cuatro en total, de entre cuatro y once años), el parque pasó de ser un simple lugar para descansar de la ciudad a convertirse en un sitio indispensable de conexión con el medioambiente. Britney incluso comenzó a dar clases para niños allí, para que pequeños de tan solo año y medio pudieran aprender el valor de juguetear en la naturaleza y de ensuciarse mucho. “Vivimos con cuatro niños en un departamento de solo dos habitaciones. Pero no podemos mudarnos porque estamos a dos cuadras del parque”, dice entre risas. “Eso vale mucho más que un departamento más grande”.

Las caminatas, como aquella del verano pasado a las montañas Uinta, en Utah, le ofrecen a esta familia citadina su dosis de naturaleza. De izquierda a derecha: Ezra (11), Leo (7), Lucia (9), Isa (4) y Britney.

Cruzar puentes hechos de árboles caídos, en familia, siempre será sinónimo de diversión. Otro recuerdo de la aventura vivida el año pasado en las montañas Uinta, Utah. De adelante hacia atrás: Isa, Ezra, Lucia y Leo.

Cuando lleva a sus hijos al parque, se siente como estar en medio de la naturaleza salvaje. La zona norte está conformada por 16 hectáreas de árboles, cascadas, formaciones rocosas y todo tipo de flora y fauna. Durante la pandemia, cuando las ciudades estuvieron en cuarentena, sus hijos desarrollaron interés por la observación de aves. Ahora pueden identificar distintas especies que habitan en Central Park, como el herrerillo bicolor y el carbonero.

Para Britney, criar a sus hijos en la ciudad significa esforzarse un poco más para asegurarse de que aprendan las mismas lecciones de la naturaleza que ella aprendió de pequeña. Ahora que el mayor va a la secundaria, se siente cómoda dejándolo explorar el parque por su cuenta junto a su hermana de nueve años.

Britney asegura haber aprendido que no es necesario vivir en el bosque para aprovechar los beneficios que ofrece la naturaleza. Y aunque está totalmente abierta a la idea de dejar que sus hijos se aventuren por el Sendero de los Apalaches, tal como ella tuvo que hacerlo, siente que es más importante lo que hacen ahora: conocer su lugar en el mundo natural, así como también la importancia de su rol como guardianes del planeta.

“Si pasan tiempo en los bosques y los desiertos y atesoran recuerdos y conexiones asociadas a la naturaleza, entonces sentirán un mayor deseo de protegerla y preservarla para el futuro", afirma. “Salir al aire libre es una buena forma de encontrar ese deseo. Y lo mejor de todo es que puede ser en cualquier lugar, incluso si solo se trata del parque a la vuelta de la esquina”.

Perfil del Autor

Lauren Evans

Lauren es periodista independiente. Se especializa en clima, género y derechos humanos. Puedes conocer más de su trabajo en su sitio web.