Amor por las redes

Andrew O’Reilly / / 4 min de lectura / Cultura

Por necesidad, Jacqueline Sangueza amó las redes de pesca antes que al mar.

Palabras de Jacqueline Sangueza tal como fueron dichas a Andrew O’Reilly

Todas las fotografías por Jürgen Westermeyer

Muchas de las personas con las que he trabajado a lo largo de los años me cuentan sobre su profundo amor por el océano, sobre la paz que encuentran cuando están en un bote o la conexión espiritual que han tenido toda su vida con el mar. Pero para mí, ese no es el caso. Mis razones para involucrarme en la industria de las redes de pesca fueron mucho más mundanas y más por necesidad.

Para empezar, no nací cerca del océano. Soy de un pequeño pueblo de campo en Chile llamado Monte Águila, que está a unos 100 kilómetros (62 millas) del océano Pacífico, donde el cuerpo de agua más cercano es un pequeño arroyo al norte del pueblo. No había mucho trabajo allí, así que cuando era joven mi familia se mudó a Concepción con la esperanza de tener más oportunidades. Pero la mala suerte nos golpeó casi desde el momento en que llegamos. Primero, mi padre desapareció y poco después mi único hermano murió en un accidente de motocicleta. A partir de entonces mi madre, mis tres hermanas y yo luchamos constantemente para llegar a fin de mes.

Por eso digo que empecé a trabajar en la industria de las redes de pesca por necesidad. Las redes y el mar eran lo que nos daba nuestro dinero diario y ponía comida en nuestros estómagos, así que hice todo lo que pude para ayudar a mi familia: hice aseo en barcos, descargué cargamentos, limpié redes, cargué aparejos. Era una vida dura, pero mantenía alimentada a mi familia, por lo que seguí haciéndolo. Así es que he estado trabajando en una u otra parte de la industria durante unos 30 años.

Jacqueline y su equipo cortan redes para el siguiente lavado en la bodega de Bureo en Talcahuano, Chile.

Jacqueline trabaja con Bureo para poner en uso las redes de nylon deterioradas que de otro modo terminarían amontonadas sobre un bote.

Muchas veces quise renunciar, he querido dejarlo todo. Pero con el tiempo, he desarrollado un verdadero amor por lo que hago: por la artesanía que se significa el fabricar redes, repararlas y garantizar que puedan contener el tonelaje de pescado necesario. Puede parecer una tontería enamorarse de las redes de pesca habiendo tantas otras cosas, pero lo he hecho.

Durante el tiempo que he trabajado con pescadores en Chile también he visto grandes cambios en la industria, algunos buenos, otros malos. La industria ha crecido y se ha vuelto mucho más comercializada. Esto ha traído una buena cantidad de dinero al país, pero también ha causado grandes impactos ambientales. La basura y los productos químicos que se arrojan por la borda solo han aumentado con el crecimiento de la industria pesquera. Es un duro golpe para el medioambiente marino y la propia industria ni siquiera se da cuenta del impacto que tiene porque su enfoque es puramente material: más redes, más peces, más dinero.

Ver el manejo materialista de la industria y su despreocupación por los deshechos que generan es una gran razón por la que estoy trabajando con Bureo, preparando redes “en el final de su vida útil” para la siguiente etapa en el proceso de reciclaje. Al principio, solo le daba a Bureo las redes que no podíamos reparar, las que estaban demasiado viejas o arruinadas, porque no tenía ningún uso para ellas. Pero luego, cuando comencé a aprender sobre el trabajo de Bureo y cómo convierten lo que es básicamente basura en ropas hermosas o en una patineta, quise ayudarlos aún más.

Redes de nylon usadas secándose en la bodega de Bureo.

Redes de nylon listas para comenzar el proceso de triturado.

Afortunadamente para mí, he tenido la suerte de poder continuar con mi negocio de reparación de redes además de mi trabajo al frente de un equipo que clasifica, corta y limpia las redes desechadas. Para mí, es una situación en la que todos ganan: puedo continuar con el negocio que se ha convertido en mi verdadera pasión y puedo ayudar a salvar la vida marina de Chile reparando redes y asegurándome de que las que no tienen vuelta vayan a Bureo.

Cuando miro atrás, a la persona que era hace tres décadas, tengo que reírme. Era una niña a la que no le importaba el océano, no tenía conexión con él y solo quería ganarme la vida y ayudar a mi familia. Pero pregúntame ahora mis pensamientos sobre el mar y te diré que de todos los lugares increíbles que tenemos en Chile, el océano es el más especial para mí. Es un ecosistema que es tan vital para todas nuestras vidas y con el que he desarrollado una relación muy estrecha. Pero también es el lugar que más ayuda y protección necesita de nosotros.

Jacqueline Sangueza inspecciona redes de nylon durante el proceso de secado en la bodega de Bureo en Talcahuano, Chile.

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Perfil de autor

Andrew O’Reilly

Andrew O’Reilly vive en Los Ángeles. Es un periodista y escritor cuyo trabajo ha sido publicado en The New York Times, en la revista Outside, ESPN The Magazine, Rock and Ice y otras publicaciones. Cuando no está ocupado tecleando, está esquiando o pedaleando su mountain bike en la Sierra Oriental de California.