Una familia de cinco en el Pacific Crest Trail

Marketa Daley / 5 min de lectura / Hiking

Cómo una joven familia abordó los 2,092 kilómetros del PCT (una pista: hubo caramelos involucrados).

Relato de Marketa Daley a Molly Baker.

Todas las fotos por Marketa Daley.

¿Es más importante tener tu propio hogar familiar o contar con la flexibilidad para definir uno? Un permiso de trabajo durante la época de pandemia les permitió a Marketa y David Daley reflexionar con respecto a esta pregunta en relación a sus vidas; y de hacerlo a fondo.

En compañía de sus tres hijos, todos menores de cinco años, los Daley recorrieron 2.092 kilómetros del Pacific Crest Trail, en California, comenzando en marzo de 2022. ¿Se divirtieron? Claro que sí, y además hicieron algunos descubrimientos, como que los niños son lo bastante ruidosos como para ahuyentar a los osos (al menos, esa es su teoría) y que la energía de los niños no tiene límite. Tras la primera semana de lo que fueron cinco meses de recorrido, la familia Daley por fin logró encontrar su propio espacio (fuera de la casa que compartían con los padres de Marketa), aún a pesar de los cientos de personas que calcularon haber visto a lo largo del sendero. Mientras que David sueña con tener su propio terreno para cultivar sus plantas y establecerse con su familia, Marketa desea seguir realizando este tipo de excursiones. Pero sin un gran fanatismo por criar en el sendero, la familia Daley podría tomar cualquiera de estos caminos. La cuestión es, ¿los niños pueden resistir una caminara así? Las siguientes palabras son también parte de sus reflexiones: si decides intentarlo, ¡que tengan increíbles aventuras! Tus pequeños te lo agradecerán algún día.

En donde todo comenzó. Imagina estar en este sitio con tres niños y 4.264 kilómetros hacia la frontera con Canadá. Aquí es donde Marketa Daley y su familia se despidieron de sus padres. Sin embargo, antes de irse, su papá le preguntó si debían quedarse en la zona por un día más, por si acaso necesitaban algo. Ella, con mucha confianza, le respondió que no; consideraba que su familia merecía al menos intentarlo. Campo, California..

No renuncies en tu peor día

Molesto es una forma de describir un día de senderismo con esta familia. Los niños lloran a menudo y la mamá también quiere hacerlo. Entonces, ¿cómo fue que encontraron la manera de recorrer 2.092 kilómetros con Sequoia (cuatro años), Joshua (tres años) y Standa (un año y ocho meses)? Durante la primera semana en el sendero, Marketa estaba segura de que no podrían lograrlo, pero luego ocurrió la magia del séptimo día. La familia entera se acostumbró a su nuevo ritmo y ser padres se convirtió en una tarea más fácil de lo que era en casa. “Muchas cosas se desvanecen en estas caminatas de larga distancia”, dice Marketa. “Y los niños no necesitan adaptarse a todas las transiciones de una caminata de un día”. En el PCT dejaron de existir todas esas distracciones negativas. Los pequeños encontraron múltiples propósitos para todo lo que les rodeaba. Las rocas se transformaban en platos y plataformas de salto, los árboles en lugares de descanso y juguetes de escalada, los palos en cualquier otra cosa. Le dieron rienda suelta a su imaginación, pero también se disparó la necesidad de practicidad y concentración. Se convirtieron en compañeros a la hora de buscar buena sombra o un sitio para dormir en las noches, tareas que potenciaron la dinámica familiar. Los padres también evolucionaron. David define el tiempo en el sendero como una terapia para los adultos en la que los pensamientos persistentes desaparecen, dejando espacio para otros nuevos; un lugar donde encontró confianza en su propia paternidad. Marketa descubrió cómo asumir más de esos alocados riesgos que viven en su mente y que, al menos, todos merecían intentar caminar todo lo que pudieran. Y así sucedió, durante cinco meses, caminando hasta 27 kilómetros por día.

A la izquierda: ¿todos digan “cheese”? Hablando de “cheese”, ¿trajimos queso? Pensé que no pudimos empacar la rueda de gouda.

A la derecha: en el PCT lo más importante es cuidar de los hermanos, no de uno mismo. Standa cepilla la melena de Joshua (sorprendentemente domada) para sacarle migas de comida y agujas de pino.

Cuando tienes menos de cinco años todos los cruces de agua te parecen inmensos. Pero quienes aprecien sus calcetines secos, deben saltar al otro lado. Sequoia y Joshua reciben ayuda de David en algún lugar de la Sierra Nevada.

¡No olvides los dulces!

La logística y las elecciones relacionadas con la comida fueron bastante complicadas y principalmente procesadas. Cada cuatro o cinco días se reabastecían; David salía del sendero para comprar más calorías empacadas (él estaba a cargo de la comida, mientras que Marketa era la guerrera que ayudaba a toda la familia a superar las barreras mentales). Al hijo del medio, Joshua, le encnatan los chocolates Kit Kat y las paletas. Dejar de amar las tortillas no era opción para la familia, pues no podían empacar pan regular a causa del espacio. En cierto punto, pudieron haber ordenado una pizza ya que una zona en el sur del sendero atravesaba una carretera, pero se abstuvieron de hacerlo (en la actualidad, el servicio telefónico en el PCT es bastante decente, no como hace once años, cuando Marketa lo recorrió por primera vez). En general, consumían muchos dulces y alimentos con preservantes, casi nunca fruta o vegetales, el sueño de muchos niños. En cuanto a la hidratación, recargaban agua cada 32 kilómetros en promedio, por lo que a menudo les duraba un par de días.

¿Quién necesita las estructuras de un parque cuando se tienen árboles? Tal como Marketa expresó en su diario: “Así es una vida sencilla, no se necesitan lujos, tan solo un sitio donde dormir y todo lo demás parece encajar de una u otra forma. No hay nada que controlar ni juzgar. Para ser honesta, se siente como si este fuese el único lugar en donde podemos ser nosotros mismos de verdad: libres, reales y simplemente humanos. Si hay algo que debemos mostrarles a nuestros hijos, es este tipo de sitios, incluso si solo los visitamos por un corto periodo, porque la naturaleza es nuestro hogar, aquel del que venimos y al que de una u otra forma volveremos”.

A la izquierda: tres son multitud. De izquierda a derecha: Joshua, Standa y Sequoia se hacen buena compañía, abundan las sonrisas entre la suciedad.

A la derecha: día 84 del viaje y segundo cumpleaños de Standa. La familia Daley se cruzó con una excursionista que sacó un caballito de juguete de su mochila; resulta que era el mismo que Standa había perdido en algún lugar del desierto. En esta foto Standa, luce una completa protección solar y disfruta de las vistas durante su cumpleaños en la cima del Mather Pass, en la Sierra Nevada. Lo que no se muestra: un descenso un poco escabroso por un campo de bloques de roca y el sendero cubierto de nieve al otro lado.

Canta, vuela como avión y vuelve a cantar

¿Cómo mantenían a los niños activos? ¿E incluso a ellos mismos? Fingiendo ser aviones, caballos y autos de carrera, corriendo y galopando por el sendero. Cuando las cosas se ponían muy duras, Marketa y David se convertían en bestias salvajes que cazaban a Sequoia y a Joshua a lo largo del camino. Marketa usualmente llevaba a Standa, el más pequeño, en una mochila y recuerda haberle cantado una versión improvisada de Jingle Bells un día entero; reconoce que no se sabía toda la letra. Había también dulces especiales que utilizaban como soborno para que los niños llegaran a la siguiente parada. Debido a la necesidad de alimentar cinco bocas, tenían que mantener el ritmo para no quedarse sin comida. No hubo pausas para tomar una siesta o para observar las nubes.

El día 101 en el sendero comenzó con unos mosquitos implacables y culminó con la única lluvia del trayecto. Ligera pero constante, la humedad fue suficiente para mantener los insectos a raya y permitir que los niños jugaran emocionados por dos horas, mientras la familia montaba el campamento más temprano.

A la izquierda: Sequoia se adentra en los sun cups, que pronto se convertirán en penitentes, durante un descenso del Forester Pass, a más de 4.000 metros de altura, al atardecer. La mayoría de los excursionistas se esfuerzan por cruzar durante la mañana para evitar la nieve derretida y quedar enterrados, pero la familia Daley esperó que esta se ablandara con el propósito de que no resultase tan helada y peligrosa para los niños.

A la derecha: Marketa recuerda sostener la mano de Joshua todos los días durante más de 800 kilómetros, las palmas sudadas y resbaladizas por el calor. Caminaron uno al lado del otro a través de la maleza que cubría los senderos, con las manos y dedos al borde de entumecerse. Hasta que un día finalmente el pequeño soltó a mamá. Esos 2.092 kilómetros despertaron una chispa de valentía en él, además de perfeccionar esa mirada rodando los ojos.

No dejes más que huellas

Al llegar más lejos de lo que imaginaron, dieron por terminado el trayecto en Oregón producto del asma de Joshua. Estuvieron en contacto frecuente con su pediatra, quien apoyaba la iniciativa de llevar a los niños al PCT, pero que eventualmente recomendó concluir la travesía a causa de un brote de incendios forestales. ¿Cómo fue abandonar la excursión y volver a la vida normal? A los adultos les resultó extraño por alrededor de un mes. Marketa estaba deprimida y de inmediato comenzó a extrañar el sendero. David recuerda la incomodidad social. Tenían dificultad para expresar lo que acababan de experimentar. Para los niños la transición no representó ningún problema; después de todo, partes iguales de su realidad juvenil habían transcurrido tanto en el sendero como fuera de él. Sequoia, la mayor de los tres, recuerda la vida antes del PCT, pero Marketa y David han notado que la memoria de los dos menores comienza justo en él. El del medio, Joshua, tiene solo cuatro años en la actualidad, pero a menudo sus oraciones comienzan con la frase: “En el PCT”.

El devorador de gente color púrpura. Los niños disfrutan de un campamento mágico en algún lugar del río Kern.

Mientras recorrían el PCT el desafío para la familia no estaba en la caminata sino en las paradas de descanso, cuando los niños a veces perdían la calma. Al final Marketa y David los dejaban jugar en donde ellos quisieran, mientras estuviesen a la vista. A veces se alejaban un poco, lo que naturalmente provocaba ansiedad en mamá y papá. En la interminable historia de ser padres el ejercicio consiste en dejarlos ir y luego correr a buscarlos para traerlos de vuelta. ¡Buen trabajo, padres! Dentro o fuera del sendero, siempre se trata de un viaje.

Perfil del Autora

Marketa Daley

Marketa Daley es una madre excursionista que educa a sus tres niños en casa. Actualmente se encuentra escribiendo un libro sobre su travesía familiar de cinco meses en el sendero de la Cresta del Pacífico.